Ir al contenido principal

DIEZ ROSAS 4, Una estrella fugaz


DIEZ ROSAS 4, Una estrella fugaz

María Medina Ríos (2007)

Una de mis relaciones más cortas fue esta. Dos meses, siendo optimista. Comenzó con un beso casual, terminó con un viaje que sabíamos con anticipación. Melissa, la chica de los helados, la mujer de piel café y ojos grandes.

Recuerdo claramente cuando la vi por primera vez. Yo jugando play station en ‘La Estación’, ella, mirando lo que yo jugaba. Cuando me fallaba un gol, porque yo siempre juego futbol, decía ‘pero si estabas solo. Que malo’. Yo volteaba, la miraba, y ni se inmutaba. A poco tiempo me entere que era hermana de la nueva chica que trabajaba en la tienda de mi amigo Lenin. Y como ya mencioné en capítulos anteriores, Lenin, mi buen amigo, muchas veces me dejaba a cargo de su tienda. Fue así como empezamos a hablar, primero con su hermana mayor y luego con ella. No fue que me gustó, no fue algo asi como se dice ‘amor a primera vista’. No, claro que no fue asi. Cuando la vi por primera vez no pasó nada. Fuimos amigos. Además, también fue amiga de Jimena. Ella nos mandaba los recados. Cuando Jimena se fue mi amigo le pidió a ella que trabaje por unos días en lugar de Jimena hasta que encuentre a otra chica. Esto porque ella aún estaba en el colegio, al igual que yo. Aceptó de buena manera y fue ahí donde comenzó nuestro idilio. Fue una noche, lo recuerdo mas porque tengo buena memoria que por otro motivo. Yo quería una chica a mi lado porque por aquellos días aun era un adolescente tarado que se sentía menos hombre si estaba solo, la moda de tener enamorada así lo estipulaba en el barrio. Aquella noche repartí camisetas a mis amigos para el campeonato de fulbito en el que siempre participábamos. Mi camiseta la tenía en hombros. Ella pasaba y sin advertirlo cogió mi camiseta y corrió. La miré y sonreí. Ella flameo la camiseta y me dijo, muy juguetona, no te lo devolveré hasta el lunes. ¡Jolines! El partido era el domingo. Ella lo sabía. Sonriendo me acerqué y se lo pedí de buena manera, con caballerosidad. No aceptó nada. Negociamos, no aceptó. Luego ella, muy coqueta, dijo: “Si me alcanzas te la devuelvo”. Y corrió. Sonreí una vez ante la mirada de mis amigos. Corrí tras de ella. Cuando la alcancé estábamos justo detrás del módulo siglo XXI. Debo reconocerlo, corría muy rápido, por algo no era la representante de su colegio en las olimpiadas nacionales de atletismo. Cogí mi camiseta. Ella no quiso soltarlo. La cogí por la muñeca y amenacé con presionarle hasta que suelte mi camiseta. Me retó, dijo que no tenía la fuerza suficiente como para que le duela. Empecé a presionar su muñeca, de a pocos, procurando que no le duela mucho, solo que se dé cuenta que no juagaba y que terminaría mal todo esto. Mientras presionaba, ella me miraba directamente a los ojos. Yo sintiéndome retado hacía lo propio. Nos miramos fijamente, exento de cualquier sentimiento mas que el de dos personas retándose, un par de orgullosos que no daría su brazo a torcer. Y cuando estuvo a poco de soltar la camiseta se lanzó a mis labios como un ave sedienta. Recuperé mi camiseta y me hallaba sumergido en unos labios que nunca los soñé. La miré a los ojos, con duda, con un no sé que en la piel. Estás segura, pregunté. No tengo nada que perder, respondió. Reí.


No pasamos mucho tiempo, no hay mucho que contar. Llegó el día en que tenía que irse. Ambos lo sabíamos. No podíamos hacer nada. No habíamos logrado mucho, ella tuvo razón, no teníamos nada que perder. La pasamos bien y ya, estuvo bueno. Antes de irse ocurrió un hecho insólito. Me presentó a su prima. Y no contenta con eso, después del beso de despedida me susurró al oído: ‘quédate con ella, es muy bonita’, sonrió y no la vi nunca más.
SERGIO PATRICIO.

Dedicatoria:
A la chica veloz, a quien desde aquí mandó saludos afectuosos. 
Aunque dudo mucho que lo lea. Que será de tu vida, caray.

(Escrito el: 27/08/14)

Comentarios