DIEZ
ROSAS 7, El tesoro perdido
Blanca Martínez Ruiz (2010)
Llegan días en el que te
cansas de ser el único que rema contra la corriente, de estar solo en lo que
debería ser de dos. No es que te canses de ser el que apuesta todo, es que te
duele que sea así, es que duele no sentir que lo que haces es recíproco.
Esperas algo parecido a lo que haces, como una muestra de amor. Pero entonces,
te descubres y estás solo, ella no está, y no hay señales de que mueva un solo
dedo por retomar lo que en algún momento llamaron amor. La amas, y la amas con
locura, pero estás herido y volver a intentarlo te da miedo, pero no miedo a
volver a besarla, a tocarla, a quererla, sino miedo a tener un ‘no’ más en la
lista, una respuesta negativa que te destruiría aún más. ¿Y a dónde carajos se
fue el amor? ¿O acaso no hubo? Yo amé a Miluska, como nadie lo volverá hacer.
¿Ella a mi? La verdad es que no sé, nunca volvió, nunca llamó, no me buscó, no
movió ni un solo pelo por retomar lo que nunca hubiese querido que acabe.
Eran días difíciles, no quería hacer otra cosa mas que escribir. Le escribía
cartas que nunca se las mandé. Fueron muchas, perdí la cuenta en algún momento
que se me escapa a la memoria. Recuerdo claramente esas tardes grises en Los
Olivos en que salía al balcón a mirar el infinito y apoyado sobre el empezaba a
escribir. El corazón latía a mil por hora. A veces, empezaba a hablar solo,
como si ella estuviese ahí, la paranoia me atacaba. Y escribí mucho. Y lo que
escribía estaba bajo el título ‘Carta a mi princesa Sheccid’ que fueron
enumerados y archivados en un cuaderno que años más tarde terminaron en
cenizas, por consideración de Blanca.Blanca, mi chica loca, mi súper heroína, mi medicina temporal. Era una loca del carajo, y algún mal ocular debió tener para fijarse en mí. Era mi vecina, vivía a tres casas. La conocí una tarde vergonzosa en la que me mandó a los mil demonios. Yo andaba con los pensamientos en otras cosas, era como si no viviera en la Tierra. Salí en bóxer al balcón a escribir como todas las tardes y un grito desesperado me trajo a la realidad. Era ella, no recuerdo exactamente sus palabras, pero creo que fue algo parecido a esto: ‘¡Degenerado! Respeta a los vecinos. ¿O crees que por tipos como tú una ya no puede subir a su terraza?’. Era cierto, yo no podía andar desnudo aunque esté en mi balcón (bueno el balcón de la casa de mi tía, que dio alojamiento a mi madre y a mi por unos años). La casa de mi tía tenía dos pisos, el de ella cuatro. Esta era la razón por la que yo no podía andar desnudo por doquier, pues los vecinos de las casas más grandes se incomodarían. Pero por esos días yo andaba en otro planeta. No le hice caso, saqué mi cuaderno de escritos y puse: ‘Hoy una chica se quejó de mi existencia, tal vez no quepamos los dos en un mismo planeta. Pues que se largue ella a donde quiera.’ Y la odié por interrumpir mi momento de soledad, mis monólogos cotidianos.
No escupas al cielo que te
puede caer en la cara, reza el refrán. Pues el mundo es redondo y me la puso en
frente una noche de copas. Visceral como soy, resolví una noche ir a tomarme un
trago, solo. La soledad era mi fiel compañía por esos días fúnebres. Llegué a
la barra y me pedí un pisco sour con las pocas monedas que tenía. Estaba
mirando la pista de baile, o al menos era lo que intentaba. De pronto sonó una
canción que Miluska la cantó en una actuación del colegio. Volví a perderme,
mis pensamientos me llevaron a otros mundos, mi cuerpo en la discoteca, mis
pensamientos en ella. Un ‘hola’ me devolvió a la realidad. Era mi vecino. No
hablaba mucho con los vecinos, pero siempre me saludaban. Me llamaban ‘el raro’.
Pero no sé que tan raro le haya parecido encontrar al chico raro, solo en una
disco. Hemos venido con los chicos del barrio, es cumpleaños de Blanca y como
te vimos acá pensamos que tal vez podías unirte a nosotros, me propuso. ¿O
estás esperando a alguien?, me interrogó. ¿A quien carajos podría esperar, si a
la única que quisiera esperar nunca vendría?, pensé. Vamos, insistió. Tal vez
debía socializar, lo pensé un poquitín y acepté. Me presentó a los demás,
algunos me miraron como un bicho raro, otros fueron muy amables, ella, me miró
incómoda. Había llegado a joderle el cumpleaños. Pero cuenta la leyenda que mi
punto a favor es la palabra, que soy mejor hablando que bailando, y así fue
como me acerqué a ella, a Blanca, con la intención de pedirle disculpas por el
incidente de la tarde pasada.
La gente bailaba alborotada,
inundados en alcohol. Y como en un instante de lucidez, me encontré sonriendo.
Ella reía. De pronto éramos amigos. La amistad nos duró varios meses. Ella me
contaba sus cosas, los problemas que tenían sus padres y que se iban a separar,
las cosas que hacía con sus amigas, sus planes a futuro. Yo le contaba mis
sueños pendientes, a veces, le contaba chistes (siempre quería que le cuente
chistes, me veía como su payaso, como su cómico de combi), le conté mi desventura
amorosa. Llegamos a ser muy buenos amigos, empezamos a salir a muchos lugares.
Me llamaba y proponía salidas. La pasábamos muy bien.
Una tarde de noviembre,
cuando me vio escribiendo en mi balcón, me timbró al celular. Ya deja de pensar
en ella, ¿acaso no te das cuenta que hay más mujeres?, dijo. Nunca le enviaré
lo que escribo, solo es una manera de sentir que se lo digo, me defendí.
Además, ya lo he decidido, no la buscaré más, si ella me ama me buscará y si no
me encuentra se las ingeniará para encontrarme. Pero al decirlo, no me la
creía. Eres un gilipollas, seguro que la buscarás, pensé. Eres un tonto, no te
das cuenta lo que tienes a tu alrededor, gritó al teléfono. Cortó. Entendí el
mensaje, esto ya no era más una amistad. Blanca ya no me veía como su payaso
favorito, como su escritor cursi o su amigo raro. Pero no pude aceptarlo
rápido, tenía que haber algún error, ella era hermosa, y yo un pelagatos, un
escribidor de medio pelo, un bicho raro que se coló en su barrio, un advenedizo
que salía a su balcón sin el menor reparo en ropas menores, un cabrón de mala
entraña que lo único que hacía era escribir lo que le salían de los cojones.
Cuando la volví a ver ya no
era lo mismo, estaba cortante. Danna, su amiga, me citó en un parque cerca a
casa. Me reventó el oído en ajos y cebollas, palabrotas que jamás imaginé
salieran de su boca. En resumen: Que carajos le hiciste a mi amiga. Fue esa
tarde cuando comprendí que había perdido a mi nueva amiga. Pasaron muchos días,
volví a mi rutina literaria, otra vez me alejé del mundo real. Pero una noche
estuve escribiendo tomándome un vino que buenamente me regaló mi primo. Estaba
con alcohol en la sangre, en las neuronas, y eso me ponía mas temerario,
atrevido, osado. Iré al cine, ¿me acompañas?, le dije sin antes
saludarla. Me miró desde su terraza con asombró. Me miró por unos segundos. ¿Estás
borracho?, preguntó. Me repuse. Estoy totalmente sobrio y quiero ir al cine
contigo, me defendí. Esta bien, mañana por la tarde te confirmo, respondió.
Quiero ir ahora mismo, nadie me asegura que mañana estaré vivo, insistí. Estás
loco, pero tienes razón, asintió, déjame pedir permiso y salgo, y tu, ponte
ropa, que la gente normal suele estar con ropa y no calato todo el día, señor
Tarzán. Sonreí. No pidas permiso, vámonos ya. Espérame en la esquina, dijo.
Esa noche la película pasó a
un segundo plano, ahora no recuerdo que película fue. Nos mirábamos de reojo,
ninguno se atrevía a dar el primer paso. El alcohol me ayudó a no recordar a
Miluska en ese instante, pero no me ayudaba a ser más atrevido. No sabía como
acercarme, como darle un beso. Me miraba, yo la miraba, me miraba los labios y
yo los suyos pero nada. Lo acepto, siempre he sido un cobarde para esto, aun lo
soy, hay cosas que a pesar del tiempo uno no aprende. Bendito sea el destino,
se cansó de esperar y me cogió del cuello y mandamos al carajo la peli, nos
besamos con ganas atrasadas. No podía creerlo, era la chica bonita que me caía
peor que una patada en los huevos, y que ahora me estaba besando. Ese 19 de
noviembre fue especial. Como no quererla si me puso las cosas fáciles. Vago
como soy, necesitaba a alguien que se me lance sobre los labios y me ahorre los
nervios, los dilemas y ya. Lo demás es historia conocida. Lo escribí hace
algunos años bajo el título de ‘El día de los ex enamorados’. ( http://misteriousheccid.blogspot.com/2010/05/normal-0-21-false-false-false-es-x-none_23.html )
Pues hasta aquí hemos
llegado, y donde sea que este le guardo un cariño inmenso por haber sido mi
medicina temporal, mi cómplice. ¿Cómo olvidar la tarde que hicimos el amor en
el cine? ¿Cómo carajos la podría olvidar después de eso? Pero donde quiera que
estes mi Blanquita hermosa, quiero pedirte disculpas por no haber sido el
hombre que mereces, por no haber sanado mis heridas a tiempo, por no haber
tenido las agallas que tu si las tuviste. No sé si aun visitas mi blog, tal vez
ya no, pero si llegas a leer esto, entérate que aún vivo, aún no pierdo la
vista por completo y mi rodilla aun funciona. ¿Y el corazón? Late a mil por
hora, y las razones no te las doy porque una vez más me cogerías a cachetadas.
SERGIO PATRICIO.
DEDICATORIA:
A Blanca, con quién pudo haber una historia
más larga y duradera si no hubiese odiado
tanto a mi ex.
(Escrito el 15/12/14)
Owwww no sabía que escribías tan bien :D
ResponderEliminarMuchas gracias Mary. Espero tu visita más seguida por aquí.
ResponderEliminarUn placer enorme tener una nueva lectora.