DIEZ
ROSAS 6, El canalla sentimental
Sharon Asmat Talledo (2009)
Haciendo un esfuerzo y con
algo de suerte puedo recordar su rostro. Tenía los ojos pequeños, rasgados, el
cabello negro y lacio. La conocí una noche de fiesta a la que asistí por
insistencia de un amigo. Mi buen amigo. El me llevó bajo el pretexto de que
necesitaba conocer chicas y darme cuenta que Miluska no era la única mujer del
mundo. Por esos días ya me sentía derrotado, aceptando con tristeza que había
perdido a la mujer que amaba.
Tal vez suene cursi, y hasta cierto punto tonto, pero no quería a nadie más que
a Miluska, todas las otras chicas me resultaban feas. No me interesaba conocer
a nadie más, Miluska lo tenía todo, era la mujer que el destino dio vida para
estar a mi lado. Pero no fue así.Llegué a la fiesta con mi amigo, en el segundo piso de una casa en Puente Piedra. Era el cumpleaños de una chica de un colegio apitucado del distrito. Me sentí el pirañita de siempre, rodeado de las chicas que te miran como un extraterrestre. Sácala a bailar, dijo mi amigo, hace rato está mirándote. Sus palabras me devolvieron a tierra, mis pensamientos estaban en ella, una vez más en ella, como siempre en ella, como cada segundo de mis días en ella, Miluska. Sonreí y le dije que mejor saldría un rato afuera tomar aire. Me miró irritado. Si quieres seguir jodiéndote la vida por esa chica, hazlo, pero después no te quejes de las mujeres si para ti parece que solo existe una, me regañó. Sus últimas palabras hacían eco en mi interior: ‘parece que para ti solo existe una’. Pues claro, para mi solo existía una, y no deseaba que existiera nadie más.
Fuera de la casa, me senté en la vereda, prendí un cigarrillo. Por esos días se me dio por fumar, algo que no me gusta, hoy no sé explicarme porque lo hacía. Tal vez deseaba distraerme con el humo, o tal vez quería intoxicarme de una puta vez y que todo termine ya, que termine porque el hincón en el pecho era muy doloroso y no sabía cuanto más lo iba a aguantar. Y estuve fumando cuando escuché las risas de algunas chicas que bajaban. Pasaron delante de mi, reían. No sé si se reían de mi o de cualquier otra cosa. Las miré, intentaba encontrarles algún rastro de belleza y no lo logré. Antes de voltear la esquina, una de las chicas giró la mirada hacia mi, chocamos miradas y nos esquivamos tan pronto como pudimos. Para mi sorpresa, era la misma chica que me estuvo mirando cuando estuve dentro. Prendí un cigarrillo más y compré una Coca-Cola. Al parecer mi amigo ya se había cansado de consolarme, de aconsejarme. Tal vez pensó, este hijo de puta ya no tiene remedio. Mientras fumaba mi segunda porción de nicotina, dibujaba cualquier cosa sobre la tierra, con la mirada hundida en cada trazo de mi dedo. Y me encontraba en estás cavilaciones cuando una vocecilla retumbó mi tranquilidad. Estás bien, preguntó. Alcé la mirada, esa voz no la había escuchado jamás. Era la chica que me estuvo mirando en la fiesta. Sus amigas miraban desde la puerta de la casa. Sentí que estas chicas me jugaban una broma y yo no tenía ganas de jugar a nada. Si, solo me estoy drogando un poco, respondí. Me miró con susto. Las risitas de sus amigas me llegaban a los oídos y me daban ganas de explotar y mandar a todas al carajo. Hace rato te veo aquí, y cuando estuviste adentro te noté triste, por eso te preguntó si te sientes bien, insistió. Estas últimas palabras sonaron verdaderas, la miré y su mirada me impidió mentir. Además, creo que necesitaba descargar todo lo que llevaba en el alma, tenía que contárselo a alguien, y optar por una desconocida estaba bueno. Tienes razón, se me nota, no puedo esconderlo, tengo heridas hasta en la mirada, le conté. Se me humedecieron los ojos, intentaba que no caiga ni una sola lágrima. Chicas ahora subo, me esperan arriba, se dirigió a sus amigas. Sus amigas cuchicheando algo subieron a la fiesta. Ella se sentó a mi lado. Cuéntame que te pasa, tal vez te puedo ayudar, mis amigas dicen que soy muy buena dando consejos, me dijo. No quiero hablar del tema, me excuse. Es por una chica, sentenció. Un par de lágrimas se me escaparon y terminé en un brazo de la chica desconocida. Conversamos casi media hora y dejamos de hacerlo cuando por la ventana del segundo piso escuchamos las arengas de mi amigo y sus amigas. Las muy chismosas le fueron con el cuento a mi amigo. ¡Leonel! Te lo dije, encontrarías una chica más bonita que la otra. Este cabrón se dio la licencia de hablar de mis cosas al aire, gritándolo. Sus amigas solo hacían sonidos de ambulancia. Ya cállense, solo hemos conversado de otras cosas se defendió.
Mejor vamos arriba, me dijo. Vamos, acepté.
Durante la media hora de conversación me dijo su nombre; Sharon. Le conté lo que me pasaba. Me aconsejó, me contó un poco de ella. Era una chica linda, vivía solo con su mamá y sin embargo quería mucho a su padre. Cursaba el tercero de media del colegio M.C.S. y quería ser diseñadora de modas.
Cuando estuvimos en la fiesta, conversamos más. Vamos a bailar, me dijo. No bailo, me defendí, no sé bailar. Entonces yo te enseño, replicó y me jaló. Cuando estuvimos bailando mi amigo se acercó y me susurro al oído: ‘ya cayó ya, chápatela’. Sus amigas nos hacia miraditas raras. Me sentí incómodo, yo no quería nada con ella, aún guardaba una pequeñísima esperanza de volver con Miluska. No me siento cómodo, discúlpame, saldré a tomar aire, le dije y nuevamente fui a sentarme a la vereda. Estuve a poco de encender otro cigarrilo cuando sentí su mano sobre mi hombro. No lo hagas, no vale la pena, dijo. Se sentó a mi lado. Me miró, y vi su mirada caer sobre mis labios lentamente y luego regresar sobre mis ojos. Era hermosa, y el instinto de macho me alborotó las hormonas. Le miré los labios y con cierto respeto terminamos besándonos hasta que sus amigas, una vez más, nos hacían barra. Cállense, les gritó a sus amigas, se levantó y se disponía a dejarme sentado sin más palabras. La cogí del brazo, me paré, la miré fijamente y con toda seguridad le pregunté: ‘¿y si lo intentamos? ¿Tal vez funcione?’. ¿por qué no?, respondió y me besó, nos besamos. Y sin más rodeos, sin planearlo, tenía enamorada de nuevo. Sharon, la chica desconocida, era mi enamorada.
De regreso a casa, su nombre hacia eco en mis pensamientos y era imposible que no se me cruzará nuevamente los recuerdos de Miluska. Pero en un arrebato de locura, visceral como soy, decidí despojarme de todo lo que me recuerde a Miluska, la chica que tenía que arrancármela de la vida. Así fue, ya no la busqué más, evitaba hablar con amigos en común, iba por las tardes a casa de Sharon, conversábamos muchas cosas y no paraba de reirme. El destino me mandó el medicamento a mi enfermedad, pensé. Pasamos nuestra primera semana genial. No lo puedo negar, a veces aun la recordaba, y hablo de Miluska, claro, pero tenía que ser fuerte.
Una noche en la escalera de Sharon, tres semanas después de la fiesta, sentí que esta chica me estaba devolviendo la alegría. La emoción estaba al tope. Mi mamá te quiere conocer, me dijo. Le hablé de ti y me dijo que le gustaría conocerte, continuó. Me asusté. Tranquilo, me dijo que si yo era feliz debía ser porque tu eres un gran chico, intentó calmarme. Tienes su aprobación, es solo que quiere que me cuides y hablarte un poquito, prosiguió. Mi cara de susto no cambió para nada. Me cogió las manos y con sus ojitos chinitos me dijo: te amo. Se me congelaron los huesos, hace mucho que nadie me decía eso. Te amoooooo, lo gritó. Sonreí. Nos besamos. Sentí que renacía, sentí que esta era la oportunidad que necesitaba. Fue un momento placentero. Pero mientras nos besábamos, se me escapó el nombre que no se me debió escapar. Miluska, le dije. Cuando terminé de pronunciar ese nombre sentí una bofetada sobre mi cara. Me empujó. Lárgate, no vuelvas, eres un maricón, me dijo y los ojos se le humedecieron. Me quedé parado, le pedí disculpas. Te he dicho que te largues, insistió. Me fui, no había marcha atrás, todo estaba jodido, y todo lo jodía yo. No la busqué más, consideré que ella no merecía a un papanatas como yo.
Los años han sido largos, hace mucho que la volví a ver. No me saludó, llevaba un bebé en un coche. Es su hijo, me comentó un amigo. Era increíble como a pesar de ser madre seguía siendo hermosa. Unos meses después la encontré en una discoteca, estaba preciosa como siempre. Me la crucé por el baño. Hola, dije. Hola, me respondió, que ha sido de ti, me sorprendió. Tal vez fue el alcohol que le hizo olvidar que me odiaba. Conversamos un poco y quedamos en conversar otro día. Y así fue, me armé de agallas y fui a su casa, al mismo lugar de donde ella me botó y me dijo que no vuelva más. Me dijo que no me odiaba, solo que estaba un poco avergonzada porque cuando me botó pensó que yo la buscaría y le pediría perdón. Y cuando no lo hice no supo como volver atrás. Yo sabía lo que estabas pasando y así te acepté, sabía que te demoraría en sanar la herida, solo que cuando dijiste su nombre me pegó en el orgullo y quise que me pidas disculpas, pero creo que te asusté, me explicó. Le pregunté si era cierto que tenía un hijo. Si, va a cumplir un año, respondió. Igual sigues hermosa, sonreí. No seas coqueto, ya es tarde, se defendió. Nunca es tarde, siempre es el momento indicado, contraataqué. ¿Y Miluska? Preguntó. Quedé en silencio. Aun la amas, eres un tarado, me empujó levemente cuando estuvimos a poco de besarnos nuevamente. Que te ha hecho esa mujer que no te la sacas hasta ahora de tu vida, me regañó. ¿Aun la amas verdad? Insistió. La miré. Responde, prosiguió. Y la seguí mirando. No pensaba responder algo que era evidente. Y mientras me regañaba yo solo pensaba en darle un beso. Pero ahora es el fruto prohibido, y yo solo quería un beso.
SERGIO PATRICIO.
DEDICATORIA:
DEDICATORIA:
A Sharon, la niña que intentó devolverme la sonrisa.
Escrito el 25/11/14
Escrito el 25/11/14
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