DIEZ ROSAS 5, El quinto amor nunca se
olvida.
Maribel
Miluska Dávila Vargas (2008)
Mi
mejor historia. La amé como nunca nadie lo hará. En estos momentos en que mis
dedos presionan los botones del teclado la tengo pegada en mi vida, como un
tatuaje imborrable. ¿Cuánto la amé? Lo suficiente para desprenderme de todo lo
demás que me rodeaba.
Recuerdo
aquella mañana de Mayo en que la conocí. Una lágrima rodando por su mejilla.
Yo, mirando con asombro lo que caía. Una gota en el piso y un dolorcillo que me
advertía el futuro. Me acerqué, le pedí por favor que no lloré, que me
disculpe, que no fue mi intención. Me miró, con sus ojitos húmedos. Cupido
paseaba por ahí. La miré, le pedí que me regalara una sonrisa. No quiso. Era
comprensible, no me merecía una sonrisa suya después de tal incidente. La miré
a los ojos y sonrió. No lo voy a negar, esa mañana de mayo me enamoré de la
única chica por quien todo lo imposible se hizo posible. Pero no todo fue
fácil, tuve que luchar con mis demonios. Ella tenía apenas trece años; yo,
quince. Ella cursaba el primero de media; yo, el quinto. Ella una chica loca;
yo, el brigadier general del colegio. Fue una tormenta. Ella fue mi tormenta.
Su sonrisa fue mi kriptonita. Sus ojos, mi fuerza para enfrentar todo
obstáculo.
Tuve
días de incertidumbre. No sabía que carajos debía hacer. Por un lado, podía
escoger lo tranquilo, lo apacible, lo moderado, lo sensato, lo cuerdo, lo
inteligente. Y por esos días todo esto se dirigía a Kelly Medina, una chica muy
hermosa del cuarto de media, o a Mavely Ríos, la trujillana con la que salía,
la chica de piel trigueña y ojos grandes y que alguna vez me dijo: “Quiero que
todos tus versos sean míos”. Por otro lado estaba lo más tonto, lo mas
riesgoso, lo temerario, lo osado, la locura en su máxima expresión, el suicidio
inminente: Miluska Dávila. Pero, cobarde como soy, decliné mis intenciones
hacia Miluska. Mi vida se dirigía a Kelly. Pensé que sería lo correcto no
meterme en problemas, de llevar la fiesta en paz. También salía con Mavely, la
trujillana que quería dejar a su novio alegando que la pasaba muy bien conmigo
y que luego terminó su amistad con Betsabé por coincidir en preferencia
masculina. Yo, un chiquillo pelele, me daba el lujo de andar con ellas. Seré
sincero, me interesaba Mavely, era preciosa, sus manos eran suaves y sus labios
tenían curvas pronunciadas que anhelaba con ansias fuesen míos, solo míos. Pero
la vida me giró en 180 grados.
Una
mañana de colegio una alumna de primero de media me entregó un recuerdo de
primera comunión. Miluska me pidió que te lo diera, dijo, y se fue corriendo.
La sorpresa me puso la piel de gallina. Ya habían pasado varios días desde el
incidente que mencioné en líneas más arriba. Era un dos de mayo, no se me borra
de la memoria y dudo que se me vaya a borrar en algún momento. Miré el
recuerdo, llevaba su nombre. Vi la fecha: 1 de junio del 2008. ¡Jolines! Apenas
fue ayer su primera comunión, pensé. Esto creo que va en serio, me asusté. Después
del recreo, al subir a mi salón, estaba perdido. No sabía qué hacer. Ella era
una chica preciosa, ojitos lindos, sonrisa de ángel, cabellos negros y lacios,
piel canela y andaba mal del ‘coco’. ¿Porque tenía que fijarse en el brigadier
general? ¿Por qué carajos, en ese hombre renegón? ¿Por qué en la persona menos
indicada? ¿Por qué en mí? El día se me pasó inadvertido, no escuché la clase.
Pensaba en ella, en que debía hacer. Ella me gustaba, pero como saber si debía
arriesgar mi reputación bien ganada hasta entonces. Me pasé la mañana entera
poniendo en la balanza los pro y contras de esta posibilidad. Por un lado podía
hacerme el loco hasta que se le pase y nadie salía herido. Esto hubiese sido lo
más saludable. Por otro lado podía decidirme por pedirle que sea mi enamorada y
perder el cariño de la directora, mi imagen de alumno cauto y responsable, mi
credibilidad como brigadier general, ganarme problemas con los profesores que
se enteraran que una niña del primero de media tenía una relación con el
brigadier general, ganarme pleitos con su familia, recibir las mofas y
chascarrillos de mis compañeros de aula. Todo en mi cabeza estaba tan
desordenado.
Ese
día yo estaba en un salón rindiendo un examen cuando la vi bajar las escaleras.
Puse mi nombre al papel y se lo entregué al profesor y fui tras ella. No había
decidido nada, ni siquiera sabía porque iba tras ella. De pronto me di cuenta
cuando la llamé y le dije que debíamos hablar. ¿Qué le iba a decir? Ni siquiera
sabía que le iba decir, no estaba seguro, me cagaba de miedo, se me mojaban los
pantalones de solo imaginar las consecuencias. Pues bien, ya la había llamado.
La tenía en frente, sus ojos sobre mi. ¿Qué le digo?, pensé. Le diré que esto
no puede ser, que ella es muy niña para mi, que es muy bonita y me hubiese
gustado tener unos años menos, y que estoy saliendo con una chica. Si, esto le
diré. Toda la frase se asomó por mis cuerdas vocales, sin embargo, no fue
exactamente lo que dije. Intenté mirarle a los ojos. Miluska, aceptarías ser mi
enamorada. ¡Jolines! En un segundo tomé esa decisión. Me miró. ¿Pero, tu no
tienes enamorada? Preguntó. Me dirá que no, pensé. Por un momento me daba igual
que me dijera que no, tal vez sería lo mejor para los dos. Pero su pregunta a
pesar de ser algo tonta me bajo la temperatura. No, claro que no; respondí. Me
miro y por más gracioso que suene, respondió: “Entonces sí”. Mis ojos se
agrandaron, un temblor repentino azotó mi alma y como un embrujo sentí que un
‘no sé que’ invadió cada una de mis moléculas. No supe que más decir. Quedé
frio, pasmado, como si hubiese recibido la respuesta que no quería. Es cierto,
me cagaba de miedo de tener una relación con ella, pero a la vez me imaginaba
mis días a su lado. Nos vemos mañana para conversar, dije, ahora me debo ir a
la academia. Ya, respondió sin más. No hubo beso, no hubo abrazo, no hubo amor.
Era ese ‘no sé que’ que nos juntó a dos desconocidos y nos hizo enamorados esa
tarde del 2 de junio del 2008 (1:10 pm. Para ser precisos), ese mismo ‘no sé
que’ que quedaría marcado en mi vida como una fecha dorada de mis años maravillosos.
Al
día siguiente cuando entré al colegio me sentí un pecador, sentí mi consciencia
maculada por la culpa. Si alguien debía tomar la decisión correcta, ese era yo,
por ser el mayor. Sin embargo, estaba alucinado, me sentí valiente, corajudo. Las
cosas ya estaban hechas y debía afrontarlas con responsabilidad. Recuerdo
claramente que me fui al patio, solo, mientras todos estaban en sus salones. Lo
pensé y lo repensé miles de veces. No arrugaré, me jugaré el todo por el todo,
me gusta esta chica y si el destino me la puso en frente por algo debe ser. Me
paré con toda la seguridad del mundo y con mucha decisión de continuar con lo
que había empezado. Lo peor que puede pasar es que no funcione, y si eso pasa
tengo a Mavely; pensé. Ese mismo día, a la hora del recreo se me acercó
nuevamente la chica que me entregó el recuerdo de primera comunión. Al parecer
ella era la mensajera. Miluska esta en la sala de cómputo y dice que vayas un
rato. No hay nadie más, dijo. Los ojos se me volaron de repente y un sapo saltó
en mi pecho. ¿Pero qué carajos me estaba pasando? No podía ser que en un día el
corazón pueda hacer estas maniobras, me asusté. No podía enamorarme, no tan
rápido. No ahora, a esta edad. No quería enamorarme, todo el mundo me advirtió
de las consecuencias. Con un susto tremendo accedí a su invitación. Fui al
laboratorio de cómputo y mientras bajaba las escaleras se apareció ella. Estaba
loca, lo vi en sus ojos y me asusté. Tu amiga me dijo que, empezaba a hablarle
cuando sus labios se lanzaron sobre los míos. No me dejó hablar. Fue muy
inteligente, no había nada que hablar. Respondí
sus besos con cierto temor, sentí sus labios por primera vez. Intenté
acariciar cada milímetro de sus labios. No lo pondré en tela de juicio, esa
mañana me hice adicto a sus besos. Fue esa mañana del 3 de junio en que
oficialmente inicié una de las etapas las fabulosas de mi vida.
¿Qué carajos me estaba pasando? Recién iban dos días y todo avanzaba aceleradamente. El corazón latía como nunca antes lo había hecho, y eso me asustaba. Tenía que calmarme, tenía que hablar con ella, decirle que vayamos de a pocos. Si, eso haré, pensé. Una vez más no cumplí.
Ella me citó una tarde para vernos. Seguía sorprendiéndome, ella me citó cuando lo cuerdo hubiese sido que yo sea el que dé el primer paso. No recuerdo que hicimos o donde estuvimos, se me escapa a la memoria y me da pena reconocerlo. Algo inesperado me viene sucediendo en los últimos días que voy perdiendo memoria. El alzheimer amenaza. Pero recuerdo claramente que luego la acompañé hasta donde ella me permitió. Yo aún no conocía su casa. Entramos por un callejón, desolado, silencioso y casi oscuro. Caminamos de la mano. Repentinamente volteó y me besó. La abracé por la cintura levemente, con cierto temor. Me fui apoderando de sus labios.
¿Qué carajos me estaba pasando? Recién iban dos días y todo avanzaba aceleradamente. El corazón latía como nunca antes lo había hecho, y eso me asustaba. Tenía que calmarme, tenía que hablar con ella, decirle que vayamos de a pocos. Si, eso haré, pensé. Una vez más no cumplí.
Ella me citó una tarde para vernos. Seguía sorprendiéndome, ella me citó cuando lo cuerdo hubiese sido que yo sea el que dé el primer paso. No recuerdo que hicimos o donde estuvimos, se me escapa a la memoria y me da pena reconocerlo. Algo inesperado me viene sucediendo en los últimos días que voy perdiendo memoria. El alzheimer amenaza. Pero recuerdo claramente que luego la acompañé hasta donde ella me permitió. Yo aún no conocía su casa. Entramos por un callejón, desolado, silencioso y casi oscuro. Caminamos de la mano. Repentinamente volteó y me besó. La abracé por la cintura levemente, con cierto temor. Me fui apoderando de sus labios.
El
día a día nos fue dando la confianza que necesitábamos. Ella era mi niña
hermosa. Los días fueron buenos. El 1 de julio compré un peluche, al día siguiente
lo llevé al colegio y a la hora del recreo aproveché para entrar a su salón y
dejarlo dentro de su mochila. Fue la primera vez que regalaba algo por cumplir
un mes de relación. Pero los miedos ya se habían ido, la amaba. Me había
enamorado de esta chica por razones que nunca me supe explicar. Hoy aún no
entiendo porque la amé como lo hice.
Una
tarde de un día cualquiera sucedió algo que no debió pasar. Un hecho lamentable
y doloroso. Una lágrima tal vez recorra mis recuerdos, intentaré apaciguarlos
siendo directo: Me hizo cachudo. Fue en una ceremonia del colegio. No recuerdo
que se celebraba ese día y me vale madre eso. Ya voy entrando a terreno minado
y mi hígado se adueña de este texto. Pero yo no me hubiese enterado de nada, o
tal vez si, los chismes corren a mil por hora. En fin, ella me confesó que
aquel día fumó y besó a su compañero de aula. La miré, sentí un dolor inmenso
en el orgullo. Me fui, no quise verla, no quise ni siquiera hablar con ella.
Hasta entonces habíamos pasado muchos momentos memorables, pasamos días en casa
de su amiga, días en que nos desgastábamos los labios. Re cuerdo que por esos
tiempos mis padres ya estaban separados. Yo vivía con papá. No tenía ni un sol
en los bolsillos. Sin embargo, buscaba dinero por todos los medios, haciendo
cualquier tipo de trabajo y así tener para el pasaje. Tenía que ir de Ancón a
Puente Piedra ida y vuelta, dos pasajes. A veces, incluso tuve que entrar en
huelga de hambre. Un pan con hamburguesa (la famosa rata burguer en la puerta
de la ICH) que me costaba un sol y me ahorraba como cuatro del almuerzo. Yo
estaba dispuesto a lo imposible por verla sonreír, por tenerla cerca. Yo
apostaba todas mis fichas a que esto sería para siempre. ¡Pamplinas! Ilusiones
que se me rompieron, que cayeron de las nubes y los restos marcaron mi vida. Y
ella me falló esta vez. Besó a su amigo, ella lo confesó. No hablamos, no
quería hablar con ella. Entré al baño, me sequé rápidamente una lágrima
traviesa que asomaba. Debes ser fuerte cabrón, me dije. No puedes perdonar
esto, me dije. Estas cosas no se perdonan nunca, me repliqué. Esto acaba acá,
me dije, aún con ese dolor que nunca pensé sentir. Ese día, cuando llegué a
casa, lloré, lloré como nunca antes lo había hecho por ninguna chica. Estaba
perdido, el chico orgulloso y egocéntrico había caído en las garras del amor. El
chico que se jactaba en el barrio de hablar a cualquier chica y pedir su correo
estaba llorando. Estaba llorando a mares. Me hincaba el pecho, lloré hasta que
me duelan los ojos. Primero en mi cama, al rato me senté en el piso abracé la
almohada y seguí llorando. ¿Cómo fue que llegué hasta ahí? ¿En qué momento me
descontrolé y caí en esto? ¿Cómo pude ser tan huevón de enamorarme de ella? Me
reclamé. Me reproché, me odié. No podía aceptar que ya no tenía salida: la
amaba. No la quería ver, no quería escuchar ni su nombre, pero a la vez una
pequeña voz en mi interior me decía que olvide todo, que la perdone, que no
volvería a ocurrir. Unos días después conversamos, me pidió perdón y yo me
negué, mi orgullo me lo impedía. Entonces, cuando menos lo esperaba, lloró. Y
su llanto me dolió más, tal vez ver sus lágrimas me dolían más que los cachos
con los que me había adornado. No pude más. Me acerqué, al abracé y la bese.
Olvida todo, le dije. Perdóname por favor, te juro que no volverá a pasar,
dijo. No digas nada más princesa, le dije con el alma rendida a sus pies,
olvida todo, te amo, te amo, te amo. Superamos este primer obstáculo. Los
próximos días se pintaron color de rosa, creo que el incidente nos unió más. Pero no fue la primera y última vez que tuvimos
problemas, fueron varias.
Una
tarde nos citamos en casa de su amiga. Pasamos la tarde juntos ante el aliento
de sus amigas. Recuerdo muy bien y la memoria no me dejará mentir que ese día
ella se molestó conmigo por mi pasado con otra chica. No entraré en detalles de
aquel incidente porque no viene al caso, pasa a ser un hecho nimio al lado de
lo que se venía. La reconciliación veloz. Ella se me vino encima. Yo estaba
sentado en el sillón. Nos besamos. Con ritmos distintos como siempre, ella como
destrozándome los labios, con locura; yo, común poco más de calma, más lento. De
pronto Miluska me sorprendió, no paraba de sorprenderme. Se sentó a mi lado
izquierdo me acomodó entre sus piernas. Se lanzó para atrás mientras me jalaba
encima de ella. La besé, amé con locura. Eran minutos en el edén, en el
paraíso. Fue inevitable, se me subió la temperatura. El muñeco entre mis piernas
despertó, se levantó como un loco. Ella lo advirtió, se acomodó, lo buscó.
Mientras la besaba me dio paso a su cuello. Entonces me hallé entrando en
terreno minado hasta entonces. La calentura me llevó a decirle: ‘Dile a Jesse
que nos preste su cuarto’. Me miró, no sorprendida, me miró cómplice, dispuesta
a seguir el rumbo del pecado. En efecto, le pidió a Jesse que nos presté su
cuarto. Entramos y le pusimos seguro a la puerta. Esa tarde la tuve semidesnuda
debajo de mi. Recuerdo cada segundo, mis labios bajando por su piel. Ella abriéndome
paso a sus senos. Pude seguir, tal vez, quien sabe, pero ante todo me quedaba
un poquito de inteligencia y de decencia. Un poquito de caballerosidad tal vez.
Ella se guiaba por el momento, tal vez luego se hubiese arrepentido y me
hubiese odiado por siempre. Ese fue mi temor, eso rondaba mis pensamientos
cuando ya no la besaba como cuando comenzamos. Ella se dio cuenta que yo no
seguiría más, que me quedaría en el cuello como si no tuviese pasaporte para
seguir bajando. No llegamos a más, pero nuestros cuerpos se conocieron esa
tarde. Mi piel se llevó su aroma y hoy aún lo guardo en mi memoria.
Pasamos
muchas más cosas, esas que fueron parte de mi primera novela. No vendría al
caso seguir alargando este texto. Pero ya abrí el baúl de los recuerdos y otro
cacho encuentro por ahí. Mierda. Esto fue tan doloroso como una patada en los
cojones. Fui cachudo por segunda vez. Al parecer a la señorita Dávila le valió
mierda mis sentimientos. Entonces, Miluska me hizo cachudo dos veces. Fui
golpeado en el orgullo y en corazón dos putas veces como un cojonudo que se
come los mocos. Mierda. El dolor no podría describirlo, pero no me dolía tanto
saberlo, me dolía mucho más que ya no podía confiar en ella, que ya no lo
volvería hacer. Fueron tantas cosas que se fueron acumulando que me tocó
cometer una burrada. Me llevaría las orejas de burro como premio. Una tarde le
pedí sexo, y digo sexo pues estaba guiado por las dudas, por el hígado, por mis
pelotas. Hay muchas diferencias entre hacer el amor y tener sexo. Lo primero es
circunstancial, sensual, aventurero, abierto a la imaginación; lo segundo es
una canallada, una animalada que solo a un tarado como yo se le pudo ocurrir.
Compré boletos de lotería pero no gané. No aceptó. No lo dijo así tajantemente,
pero se quitó el tema de encima. Tiempo después se lo contó a sus amigas y yo
quedé como el hijo de puta que soy. Merecido me lo tenía, no había nada que
reclamar.
En
el camino los obstáculos seguían aumentando. Los profesores, algunas de sus
amigas, mis celos (que a estas alturas usted, señor lector, debe comprenderme.
Ser dos veces cachudo lleva a muchas dudas), su hermana, los conocidos de su
madre, etc. Terminamos y volvimos muchas veces. Hasta que una mentira le llegó
a los oídos y no volvimos más. Patricio se besó con Kiara cuando estaba
contigo, le dijeron. No me dejó defenderme, nunca e dejó hablar. Ella sepultó
nuestra relación. Estuve mucho tiempo tras ella, tratando que me escuche,
necesitaba defenderme. No me escucho. Decidí alejarme por un tiempo. Conocí a
Belén y se convirtió en una muy buena amiga. Yo le contaba todo, lloré en sus
brazos. Ella siempre me decía que no merecía la pena seguir intentándolo, que
yo ya había cumplido con mi parte, que ya había hecho de todo. Belén odiaba a
Miluska, no la conocía pero la odiaba. Tiempo después cuando Belén fue mi
enamorada me demostró cuanto la odiaba. Yo quería pensar igual que ella, pero
no podía. Amaba a Miluska mucho más de lo que podía explicar. Llevaba una herida
conmigo, no entendía porque no me quería escuchar. ¿Y el amor que me tenía?
¿Acaso yo no había arriesgado tanto por nuestra relación como para que ella al
menos me escuche? Pues no, para ella todo lo que hice, todo lo que dejé por el
bienestar de nuestra relación fue poco, insuficiente.
Desaparecí
de su vida. Ella consiguió un nuevo enamorado. Me jodió la vida saberlo, saber
que ya había perdido la batalla. No hablaría más con ella. Pero no todo sale
como uno lo piensa, como uno lo desea. Una enfermedad me obligó a pedirle las
pases, a pedirle que al menos seamos amigos. Lo hice porque pensé que llegaban
mis últimos días de vida. Y aunque parezca dramático era cierto. Un extraño mal
se apoderó de mí. El tiempo pasó y aún estoy vivo. Nunca fui al médico a
preguntar, no lo haré, moriré con esto el día que me toque, sin operaciones sin
un matasanos que me habrá como a un pollo. En fin, volvimos a hablar, a veces
nos encontrábamos en un parque cerca de mi casa. Yo la amaba, no podía ser mi
amiga. Una de esas tardes la besé. Ella respondió mis besos. Nos besamos y
sentí que esa chica estaba destinada para mi. Que nosotros le jugamos en contra
a los deseos del destino, pero que por cualquier camino que escogiéramos volveríamos
a estar juntos. Fue entonces cuando me ajusté bien los pantalones y le pedí que
dejara a su enamorado, que volviera conmigo. Dijo que lo pensaría, me dejó con
la esperanza. Al día siguiente recibí un no que ocasionó un terremoto en mí. Me
dio rabia, me odié por ser tan tarado y generarme falsas expectativas. Tenía
que tomar una decisión por el bien de los dos. Me voy de acá, pensé. Lo haré
porque la amo, por su tranquilidad. Lo haré porque cuando le cuente a mis
nietos esta historia les diré que aún con el corazón roto se puede dar muestras
de amor.
Cuando
ella se enteró que me iría a Huaraz me buscó, me pidió que no me vaya, que ella
ya no se aparecería más, pero que no me vaya. Me sentiré muy culpable si te
vas, me dijo. La niña seguía pensando en ella y solo en ella. ‘Me sentiré
culpable’, dijo. Me inflamó el hígado esa frase. Me negué a quedarme, ya había
tomado una decisión, nadie me la cambiaría. Cuando lo aceptó, intentó darme una
carta. Me negué a recibirla. Insistió varias veces y yo me negué en todas.
Entonces rompió la carta y lo lanzó contra mi pecho. Si algo recuerdo con dolor
es ese episodio de mi vida. Sus lágrimas, su voz reclamándome, y la carta hecha
cuadraditos en mi pecho. Pero me fui. En el bus me fui hablando solo, entre
lágrimas. Discúlpame Miluska, por todo, por no ser el chico que esperabas, por
causarte tantos problemas, por no haberte amado lo suficiente. Fue el viaje más
doloroso de mi vida. Pero me fui. En mi ausencia seguro llegó la calma.
Yo
me convertí en un putañero, un cabrón de mala entraña que se acostaba con la
primera chica que le sonreía en las discotecas. El amor no se me fue. Así que
solo tenía chicas para levantarme el autoestima. Ella, por su parte tomo la ‘brillante’
decisión de ser la enamorada de mi amigo. Una vez más me fallo, una vez más. Me
vale madre, pensé. Ella se lo buscó, que lo conozca por su propia cuenta. A mi
me dejó por supuestamente haber besado a una chica y ahora estará con alguien
que se acostará con muchas chicas sin que ella lo sepa, pero que lo sepa por su
propia cuenta, pensé. Me dejan por infiel y se va con el rey de la infidelidad,
ironías de la vida. En el transcurso de mi vida libertina y libidinosa conocí a
una chica que intentó devolverme al camino correcto, Esther. De a pocos lo fue
logrando. ¿Miluska? Pues siempre sabía como estaba, de una u otra manera lo
averiguaba. Es triste reconocerlo pero aun la amaba.
Mis
días fuera de Lima, de mis amigos, de mi familia, de mi mundo fueron tristes.
Fui político, fui bohemio, putañero y todo. Hasta que llegó el día en que
decidí volver. Me tracé metas y regresé con un plan, todo gracias Esther que me
alentó y con quien hicimos muchos planes, la boda no era una idea descabellada.
Pero las metas estaban y quedan aun cuando Esther ya no está dentro de ellas.
Miluska se fue a Brasil. Quiso despedirse de mi. Decliné su propuesta. No podía
ir a despediré como si fuéramos buenos amigos. Asumí que si la veía la besaría
con esas ganas atrasadas sin importar las consecuencias. No me despedí, ella se
fue.
Paso
un tiempo y el Facebook nos unió. Ella tomo la iniciativa y se encontró con una
persona más libertina. Acepté su solicitud de amistad a medias y digo a medias
porque uno no sabe hasta cuando nos duré la amistad. Desde entonces hemos conversado
mucho, hemos recordado episodios de nuestros años maravillosos y siempre con
una alegría desbordante. Pareciera que nuestro único tema de conversación fuese
ese, nuestro pasado. Y cuando hablamos me vuelve a mover el piso, de repente el
corazón acelera involuntariamente. Y la amo, y la vuelvo a amar. Pero no sé si
a ella o a la princesa que yo cree en mi cabeza. Pero ya no digo nada, los
golpes me enseñaron la lección.
Hasta
algunas semanas atrás pensaba que esta fue mi mejor historia, la mejor que he
podido vivir y que nunca viviré algo como esto. Creí que ella era la única
chica a quien pude amar así. Toda nuestra historia la adorné, la guardé como el
mejor de mis recuerdos y se lo contaba a todo el mundo. Pero la vida no es
color de rosa, una amiga me bajó de las nubes, me bajó a la realidad. Yo le
dije: ‘Miluska es mi mejor historia’. Mi amiga dijo: ‘¿y para ella que eres?’
Respondí orgulloso: ‘Ella también dice lo mismo, me lo dijo hace algunos días’.
Mi amiga me miró con pena: ‘Estas mal. No puedo creer que seas tan tonto. Escúchame,
si de verdad fuese tu mejor historia y para ella también lo es ¿Por qué no están
juntos ahora?’. Se me fue la sonrisa del rostro. Tenía razón, nunca lo había
visto de esa manera. ‘Si ahora no están juntos es porque uno de los dos miente’.
Estaba claro, yo no era el que mentía. Esa tarde al llegar a casa me puse a
pensar en todo. Me resigné, Miluska mentía.
Mis
sueños se vinieron al suelo. Había vanagloriado en vano. Debía aceptarlo, debía
hablar muy seriamente conmigo mismo. Así lo hice. Acepté la realidad con
gallardía. Pero no me prometí nada. Si un día la tengo cerca haré lo posible
por no lanzarme a sus labios, pero no me prometo mucho, no me esforzaré tanto.
Como dije en líneas arriba, nuestra amistad pende de un hilo muy delgado
destinado a romperse. Desde hace un tiempo hago lo que quiero, y si se me da
por besarla lo haré con el coraje de un suicida, luego cerraré mis ojos,
esperaré la cachetada y los insultos. Me
da igual, no me enfrentaré al destino ni a mis instintos suicidas. No
pienso ponerme restricciones, no pienso en limitarme la vida cuando estos
pueden ser mis últimos días.
Por
estos días Miluska tiene enamorado, no quiero conocerlo, no me interesa saber
quien es. Me vale madre ver la cara de la persona que tiene lo que yo soñé. Yo,
llevo ya quince meses sin una chica (no debo contar a la chica del catorce de
febrero último). Entonces ambos estamos en polos opuestos. Cada uno en su
esquina del ring. Y así están las cosas, así se vienen dando. Yo extraño a mi
princesita, Sheccid. ¿Por dónde estará? Y esta mujer me la recuerda a cada
instante. Pues bien, hasta aquí hemos llegado. Miluska, la chica que me dejó
por un engaño que no existió, la chica que me abandonó y que no hizo nada por
escucharme, al menos escucharme después de todo lo que yo había dado por ella.
Dice que me amó. ¿Cuánto? ¿Tan poco como para cerrar nuestra historia de esta
manera? ¿Tan poco me amó como para después de enterarse que la engañaron con la
falsa noticia me buscase? Es triste, muy triste y doloroso saberlo. La chica
del cuento, mi Sheccid, ya no estaba. Quedó Miluska, sin una gota de Sheccid.
Porque mi Sheccid me hubiese buscado por todos los medios, me hubiese explicado
lo que pasó y por nada del mundo nuestra historia hubiese tenido un punto
final. Entonces Sheccid ya no estaba, quien sabe a donde se habrá ido. Mi
historia hecha pedazos, mis conclusiones dolorosas. Y hasta aquí hemos llegado,
entre tropiezos y más.
Una
noche de alcohol un amigo en común me dijo:
-¿Has
regresado con Miluska?
-No-
sonreí- ¿por qué la pregunta?
-
Te han visto andando con ella.
- Pues tu lo has dicho, estábamos caminando.
- Pues tu lo has dicho, estábamos caminando.
-Pero
tu todavía la quieres- insistió.
-No
te voy a responder esto porque estoy con tragos encima- me defendí.
-Llámala,
dile que la quieres- me incitó- toma mi celular, llámala.
-Pero
yo no te he dicho que la quiero- insistí.
-Yo
sé que si-afirmó tajantemente- se nota en tus ojos.
-No
jodas huevón. Ahora vengo. Me voy al baño que estoy que me meo- me escapé
Y
mientras daba el primer paso. Insistió.
-¿Volverías
con ella?
No respondí, sonreí. ‘Concha de
tu madre’, le dije. Le mostré mi dedo del medio y en mi mente: ‘Conmigo nunca
se sabe. Tengo instinto suicida’
SERGIO PATRICIO.
DEDICATORIA:
A Sheccid, que por algún lugar debe estar.
(Escrito el 10/10/14)
DEDICATORIA:
A Sheccid, que por algún lugar debe estar.
(Escrito el 10/10/14)
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