Ir al contenido principal

DIEZ ROSAS 5, El quinto amor nunca se olvida.

DIEZ ROSAS 5, El quinto amor nunca se olvida.

Maribel Miluska Dávila Vargas (2008)

Mi mejor historia. La amé como nunca nadie lo hará. En estos momentos en que mis dedos presionan los botones del teclado la tengo pegada en mi vida, como un tatuaje imborrable. ¿Cuánto la amé? Lo suficiente para desprenderme de todo lo demás que me rodeaba.

Recuerdo aquella mañana de Mayo en que la conocí. Una lágrima rodando por su mejilla. Yo, mirando con asombro lo que caía. Una gota en el piso y un dolorcillo que me advertía el futuro. Me acerqué, le pedí por favor que no lloré, que me disculpe, que no fue mi intención. Me miró, con sus ojitos húmedos. Cupido paseaba por ahí. La miré, le pedí que me regalara una sonrisa. No quiso. Era comprensible, no me merecía una sonrisa suya después de tal incidente. La miré a los ojos y sonrió. No lo voy a negar, esa mañana de mayo me enamoré de la única chica por quien todo lo imposible se hizo posible. Pero no todo fue fácil, tuve que luchar con mis demonios. Ella tenía apenas trece años; yo, quince. Ella cursaba el primero de media; yo, el quinto. Ella una chica loca; yo, el brigadier general del colegio. Fue una tormenta. Ella fue mi tormenta. Su sonrisa fue mi kriptonita. Sus ojos, mi fuerza para enfrentar todo obstáculo.

Tuve días de incertidumbre. No sabía que carajos debía hacer. Por un lado, podía escoger lo tranquilo, lo apacible, lo moderado, lo sensato, lo cuerdo, lo inteligente. Y por esos días todo esto se dirigía a Kelly Medina, una chica muy hermosa del cuarto de media, o a Mavely Ríos, la trujillana con la que salía, la chica de piel trigueña y ojos grandes y que alguna vez me dijo: “Quiero que todos tus versos sean míos”. Por otro lado estaba lo más tonto, lo mas riesgoso, lo temerario, lo osado, la locura en su máxima expresión, el suicidio inminente: Miluska Dávila. Pero, cobarde como soy, decliné mis intenciones hacia Miluska. Mi vida se dirigía a Kelly. Pensé que sería lo correcto no meterme en problemas, de llevar la fiesta en paz. También salía con Mavely, la trujillana que quería dejar a su novio alegando que la pasaba muy bien conmigo y que luego terminó su amistad con Betsabé por coincidir en preferencia masculina. Yo, un chiquillo pelele, me daba el lujo de andar con ellas. Seré sincero, me interesaba Mavely, era preciosa, sus manos eran suaves y sus labios tenían curvas pronunciadas que anhelaba con ansias fuesen míos, solo míos. Pero la vida me giró en 180 grados.

Una mañana de colegio una alumna de primero de media me entregó un recuerdo de primera comunión. Miluska me pidió que te lo diera, dijo, y se fue corriendo. La sorpresa me puso la piel de gallina. Ya habían pasado varios días desde el incidente que mencioné en líneas más arriba. Era un dos de mayo, no se me borra de la memoria y dudo que se me vaya a borrar en algún momento. Miré el recuerdo, llevaba su nombre. Vi la fecha: 1 de junio del 2008. ¡Jolines! Apenas fue ayer su primera comunión, pensé. Esto creo que va en serio, me asusté. Después del recreo, al subir a mi salón, estaba perdido. No sabía qué hacer. Ella era una chica preciosa, ojitos lindos, sonrisa de ángel, cabellos negros y lacios, piel canela y andaba mal del ‘coco’. ¿Porque tenía que fijarse en el brigadier general? ¿Por qué carajos, en ese hombre renegón? ¿Por qué en la persona menos indicada? ¿Por qué en mí? El día se me pasó inadvertido, no escuché la clase. Pensaba en ella, en que debía hacer. Ella me gustaba, pero como saber si debía arriesgar mi reputación bien ganada hasta entonces. Me pasé la mañana entera poniendo en la balanza los pro y contras de esta posibilidad. Por un lado podía hacerme el loco hasta que se le pase y nadie salía herido. Esto hubiese sido lo más saludable. Por otro lado podía decidirme por pedirle que sea mi enamorada y perder el cariño de la directora, mi imagen de alumno cauto y responsable, mi credibilidad como brigadier general, ganarme problemas con los profesores que se enteraran que una niña del primero de media tenía una relación con el brigadier general, ganarme pleitos con su familia, recibir las mofas y chascarrillos de mis compañeros de aula. Todo en mi cabeza estaba tan desordenado.

Ese día yo estaba en un salón rindiendo un examen cuando la vi bajar las escaleras. Puse mi nombre al papel y se lo entregué al profesor y fui tras ella. No había decidido nada, ni siquiera sabía porque iba tras ella. De pronto me di cuenta cuando la llamé y le dije que debíamos hablar. ¿Qué le iba a decir? Ni siquiera sabía que le iba decir, no estaba seguro, me cagaba de miedo, se me mojaban los pantalones de solo imaginar las consecuencias. Pues bien, ya la había llamado. La tenía en frente, sus ojos sobre mi. ¿Qué le digo?, pensé. Le diré que esto no puede ser, que ella es muy niña para mi, que es muy bonita y me hubiese gustado tener unos años menos, y que estoy saliendo con una chica. Si, esto le diré. Toda la frase se asomó por mis cuerdas vocales, sin embargo, no fue exactamente lo que dije. Intenté mirarle a los ojos. Miluska, aceptarías ser mi enamorada. ¡Jolines! En un segundo tomé esa decisión. Me miró. ¿Pero, tu no tienes enamorada? Preguntó. Me dirá que no, pensé. Por un momento me daba igual que me dijera que no, tal vez sería lo mejor para los dos. Pero su pregunta a pesar de ser algo tonta me bajo la temperatura. No, claro que no; respondí. Me miro y por más gracioso que suene, respondió: “Entonces sí”. Mis ojos se agrandaron, un temblor repentino azotó mi alma y como un embrujo sentí que un ‘no sé que’ invadió cada una de mis moléculas. No supe que más decir. Quedé frio, pasmado, como si hubiese recibido la respuesta que no quería. Es cierto, me cagaba de miedo de tener una relación con ella, pero a la vez me imaginaba mis días a su lado. Nos vemos mañana para conversar, dije, ahora me debo ir a la academia. Ya, respondió sin más. No hubo beso, no hubo abrazo, no hubo amor. Era ese ‘no sé que’ que nos juntó a dos desconocidos y nos hizo enamorados esa tarde del 2 de junio del 2008 (1:10 pm. Para ser precisos), ese mismo ‘no sé que’ que quedaría marcado en mi vida como una fecha dorada de mis años maravillosos.

Al día siguiente cuando entré al colegio me sentí un pecador, sentí mi consciencia maculada por la culpa. Si alguien debía tomar la decisión correcta, ese era yo, por ser el mayor. Sin embargo, estaba alucinado, me sentí valiente, corajudo. Las cosas ya estaban hechas y debía afrontarlas con responsabilidad. Recuerdo claramente que me fui al patio, solo, mientras todos estaban en sus salones. Lo pensé y lo repensé miles de veces. No arrugaré, me jugaré el todo por el todo, me gusta esta chica y si el destino me la puso en frente por algo debe ser. Me paré con toda la seguridad del mundo y con mucha decisión de continuar con lo que había empezado. Lo peor que puede pasar es que no funcione, y si eso pasa tengo a Mavely; pensé. Ese mismo día, a la hora del recreo se me acercó nuevamente la chica que me entregó el recuerdo de primera comunión. Al parecer ella era la mensajera. Miluska esta en la sala de cómputo y dice que vayas un rato. No hay nadie más, dijo. Los ojos se me volaron de repente y un sapo saltó en mi pecho. ¿Pero qué carajos me estaba pasando? No podía ser que en un día el corazón pueda hacer estas maniobras, me asusté. No podía enamorarme, no tan rápido. No ahora, a esta edad. No quería enamorarme, todo el mundo me advirtió de las consecuencias. Con un susto tremendo accedí a su invitación. Fui al laboratorio de cómputo y mientras bajaba las escaleras se apareció ella. Estaba loca, lo vi en sus ojos y me asusté. Tu amiga me dijo que, empezaba a hablarle cuando sus labios se lanzaron sobre los míos. No me dejó hablar. Fue muy inteligente, no había nada que hablar. Respondí  sus besos con cierto temor, sentí sus labios por primera vez. Intenté acariciar cada milímetro de sus labios. No lo pondré en tela de juicio, esa mañana me hice adicto a sus besos. Fue esa mañana del 3 de junio en que oficialmente inicié una de las etapas las fabulosas de mi vida.

¿Qué carajos me estaba pasando? Recién iban dos días y todo avanzaba aceleradamente. El corazón latía como nunca antes lo había hecho, y eso me asustaba. Tenía que calmarme, tenía que hablar con ella, decirle que vayamos de a pocos. Si, eso haré, pensé. Una vez más no cumplí.

Ella me citó una tarde para vernos. Seguía sorprendiéndome, ella me citó cuando lo cuerdo hubiese sido que yo sea el que dé el primer paso. No recuerdo que hicimos o donde estuvimos, se me escapa a la memoria y me da pena reconocerlo. Algo inesperado me viene sucediendo en los últimos días que voy perdiendo memoria. El alzheimer amenaza. Pero recuerdo claramente que luego la acompañé hasta donde ella me permitió. Yo aún no conocía su casa. Entramos por un callejón, desolado, silencioso y casi oscuro. Caminamos de la mano. Repentinamente volteó y me besó. La abracé por la cintura levemente, con cierto temor. Me fui apoderando de sus labios.

El día a día nos fue dando la confianza que necesitábamos. Ella era mi niña hermosa. Los días fueron buenos. El 1 de julio compré un peluche, al día siguiente lo llevé al colegio y a la hora del recreo aproveché para entrar a su salón y dejarlo dentro de su mochila. Fue la primera vez que regalaba algo por cumplir un mes de relación. Pero los miedos ya se habían ido, la amaba. Me había enamorado de esta chica por razones que nunca me supe explicar. Hoy aún no entiendo porque la amé como lo hice.

Una tarde de un día cualquiera sucedió algo que no debió pasar. Un hecho lamentable y doloroso. Una lágrima tal vez recorra mis recuerdos, intentaré apaciguarlos siendo directo: Me hizo cachudo. Fue en una ceremonia del colegio. No recuerdo que se celebraba ese día y me vale madre eso. Ya voy entrando a terreno minado y mi hígado se adueña de este texto. Pero yo no me hubiese enterado de nada, o tal vez si, los chismes corren a mil por hora. En fin, ella me confesó que aquel día fumó y besó a su compañero de aula. La miré, sentí un dolor inmenso en el orgullo. Me fui, no quise verla, no quise ni siquiera hablar con ella. Hasta entonces habíamos pasado muchos momentos memorables, pasamos días en casa de su amiga, días en que nos desgastábamos los labios. Re cuerdo que por esos tiempos mis padres ya estaban separados. Yo vivía con papá. No tenía ni un sol en los bolsillos. Sin embargo, buscaba dinero por todos los medios, haciendo cualquier tipo de trabajo y así tener para el pasaje. Tenía que ir de Ancón a Puente Piedra ida y vuelta, dos pasajes. A veces, incluso tuve que entrar en huelga de hambre. Un pan con hamburguesa (la famosa rata burguer en la puerta de la ICH) que me costaba un sol y me ahorraba como cuatro del almuerzo. Yo estaba dispuesto a lo imposible por verla sonreír, por tenerla cerca. Yo apostaba todas mis fichas a que esto sería para siempre. ¡Pamplinas! Ilusiones que se me rompieron, que cayeron de las nubes y los restos marcaron mi vida. Y ella me falló esta vez. Besó a su amigo, ella lo confesó. No hablamos, no quería hablar con ella. Entré al baño, me sequé rápidamente una lágrima traviesa que asomaba. Debes ser fuerte cabrón, me dije. No puedes perdonar esto, me dije. Estas cosas no se perdonan nunca, me repliqué. Esto acaba acá, me dije, aún con ese dolor que nunca pensé sentir. Ese día, cuando llegué a casa, lloré, lloré como nunca antes lo había hecho por ninguna chica. Estaba perdido, el chico orgulloso y egocéntrico había caído en las garras del amor. El chico que se jactaba en el barrio de hablar a cualquier chica y pedir su correo estaba llorando. Estaba llorando a mares. Me hincaba el pecho, lloré hasta que me duelan los ojos. Primero en mi cama, al rato me senté en el piso abracé la almohada y seguí llorando. ¿Cómo fue que llegué hasta ahí? ¿En qué momento me descontrolé y caí en esto? ¿Cómo pude ser tan huevón de enamorarme de ella? Me reclamé. Me reproché, me odié. No podía aceptar que ya no tenía salida: la amaba. No la quería ver, no quería escuchar ni su nombre, pero a la vez una pequeña voz en mi interior me decía que olvide todo, que la perdone, que no volvería a ocurrir. Unos días después conversamos, me pidió perdón y yo me negué, mi orgullo me lo impedía. Entonces, cuando menos lo esperaba, lloró. Y su llanto me dolió más, tal vez ver sus lágrimas me dolían más que los cachos con los que me había adornado. No pude más. Me acerqué, al abracé y la bese. Olvida todo, le dije. Perdóname por favor, te juro que no volverá a pasar, dijo. No digas nada más princesa, le dije con el alma rendida a sus pies, olvida todo, te amo, te amo, te amo. Superamos este primer obstáculo. Los próximos días se pintaron color de rosa, creo que el incidente nos unió más.  Pero no fue la primera y última vez que tuvimos problemas, fueron varias.

Una tarde nos citamos en casa de su amiga. Pasamos la tarde juntos ante el aliento de sus amigas. Recuerdo muy bien y la memoria no me dejará mentir que ese día ella se molestó conmigo por mi pasado con otra chica. No entraré en detalles de aquel incidente porque no viene al caso, pasa a ser un hecho nimio al lado de lo que se venía. La reconciliación veloz. Ella se me vino encima. Yo estaba sentado en el sillón. Nos besamos. Con ritmos distintos como siempre, ella como destrozándome los labios, con locura; yo, común poco más de calma, más lento. De pronto Miluska me sorprendió, no paraba de sorprenderme. Se sentó a mi lado izquierdo me acomodó entre sus piernas. Se lanzó para atrás mientras me jalaba encima de ella. La besé, amé con locura. Eran minutos en el edén, en el paraíso. Fue inevitable, se me subió la temperatura. El muñeco entre mis piernas despertó, se levantó como un loco. Ella lo advirtió, se acomodó, lo buscó. Mientras la besaba me dio paso a su cuello. Entonces me hallé entrando en terreno minado hasta entonces. La calentura me llevó a decirle: ‘Dile a Jesse que nos preste su cuarto’. Me miró, no sorprendida, me miró cómplice, dispuesta a seguir el rumbo del pecado. En efecto, le pidió a Jesse que nos presté su cuarto. Entramos y le pusimos seguro a la puerta. Esa tarde la tuve semidesnuda debajo de mi. Recuerdo cada segundo, mis labios bajando por su piel. Ella abriéndome paso a sus senos. Pude seguir, tal vez, quien sabe, pero ante todo me quedaba un poquito de inteligencia y de decencia. Un poquito de caballerosidad tal vez. Ella se guiaba por el momento, tal vez luego se hubiese arrepentido y me hubiese odiado por siempre. Ese fue mi temor, eso rondaba mis pensamientos cuando ya no la besaba como cuando comenzamos. Ella se dio cuenta que yo no seguiría más, que me quedaría en el cuello como si no tuviese pasaporte para seguir bajando. No llegamos a más, pero nuestros cuerpos se conocieron esa tarde. Mi piel se llevó su aroma y hoy aún lo guardo en mi memoria.

Pasamos muchas más cosas, esas que fueron parte de mi primera novela. No vendría al caso seguir alargando este texto. Pero ya abrí el baúl de los recuerdos y otro cacho encuentro por ahí. Mierda. Esto fue tan doloroso como una patada en los cojones. Fui cachudo por segunda vez. Al parecer a la señorita Dávila le valió mierda mis sentimientos. Entonces, Miluska me hizo cachudo dos veces. Fui golpeado en el orgullo y en corazón dos putas veces como un cojonudo que se come los mocos. Mierda. El dolor no podría describirlo, pero no me dolía tanto saberlo, me dolía mucho más que ya no podía confiar en ella, que ya no lo volvería hacer. Fueron tantas cosas que se fueron acumulando que me tocó cometer una burrada. Me llevaría las orejas de burro como premio. Una tarde le pedí sexo, y digo sexo pues estaba guiado por las dudas, por el hígado, por mis pelotas. Hay muchas diferencias entre hacer el amor y tener sexo. Lo primero es circunstancial, sensual, aventurero, abierto a la imaginación; lo segundo es una canallada, una animalada que solo a un tarado como yo se le pudo ocurrir. Compré boletos de lotería pero no gané. No aceptó. No lo dijo así tajantemente, pero se quitó el tema de encima. Tiempo después se lo contó a sus amigas y yo quedé como el hijo de puta que soy. Merecido me lo tenía, no había nada que reclamar.

En el camino los obstáculos seguían aumentando. Los profesores, algunas de sus amigas, mis celos (que a estas alturas usted, señor lector, debe comprenderme. Ser dos veces cachudo lleva a muchas dudas), su hermana, los conocidos de su madre, etc. Terminamos y volvimos muchas veces. Hasta que una mentira le llegó a los oídos y no volvimos más. Patricio se besó con Kiara cuando estaba contigo, le dijeron. No me dejó defenderme, nunca e dejó hablar. Ella sepultó nuestra relación. Estuve mucho tiempo tras ella, tratando que me escuche, necesitaba defenderme. No me escucho. Decidí alejarme por un tiempo. Conocí a Belén y se convirtió en una muy buena amiga. Yo le contaba todo, lloré en sus brazos. Ella siempre me decía que no merecía la pena seguir intentándolo, que yo ya había cumplido con mi parte, que ya había hecho de todo. Belén odiaba a Miluska, no la conocía pero la odiaba. Tiempo después cuando Belén fue mi enamorada me demostró cuanto la odiaba. Yo quería pensar igual que ella, pero no podía. Amaba a Miluska mucho más de lo que podía explicar. Llevaba una herida conmigo, no entendía porque no me quería escuchar. ¿Y el amor que me tenía? ¿Acaso yo no había arriesgado tanto por nuestra relación como para que ella al menos me escuche? Pues no, para ella todo lo que hice, todo lo que dejé por el bienestar de nuestra relación fue poco, insuficiente.

Desaparecí de su vida. Ella consiguió un nuevo enamorado. Me jodió la vida saberlo, saber que ya había perdido la batalla. No hablaría más con ella. Pero no todo sale como uno lo piensa, como uno lo desea. Una enfermedad me obligó a pedirle las pases, a pedirle que al menos seamos amigos. Lo hice porque pensé que llegaban mis últimos días de vida. Y aunque parezca dramático era cierto. Un extraño mal se apoderó de mí. El tiempo pasó y aún estoy vivo. Nunca fui al médico a preguntar, no lo haré, moriré con esto el día que me toque, sin operaciones sin un matasanos que me habrá como a un pollo. En fin, volvimos a hablar, a veces nos encontrábamos en un parque cerca de mi casa. Yo la amaba, no podía ser mi amiga. Una de esas tardes la besé. Ella respondió mis besos. Nos besamos y sentí que esa chica estaba destinada para mi. Que nosotros le jugamos en contra a los deseos del destino, pero que por cualquier camino que escogiéramos volveríamos a estar juntos. Fue entonces cuando me ajusté bien los pantalones y le pedí que dejara a su enamorado, que volviera conmigo. Dijo que lo pensaría, me dejó con la esperanza. Al día siguiente recibí un no que ocasionó un terremoto en mí. Me dio rabia, me odié por ser tan tarado y generarme falsas expectativas. Tenía que tomar una decisión por el bien de los dos. Me voy de acá, pensé. Lo haré porque la amo, por su tranquilidad. Lo haré porque cuando le cuente a mis nietos esta historia les diré que aún con el corazón roto se puede dar muestras de amor.

Cuando ella se enteró que me iría a Huaraz me buscó, me pidió que no me vaya, que ella ya no se aparecería más, pero que no me vaya. Me sentiré muy culpable si te vas, me dijo. La niña seguía pensando en ella y solo en ella. ‘Me sentiré culpable’, dijo. Me inflamó el hígado esa frase. Me negué a quedarme, ya había tomado una decisión, nadie me la cambiaría. Cuando lo aceptó, intentó darme una carta. Me negué a recibirla. Insistió varias veces y yo me negué en todas. Entonces rompió la carta y lo lanzó contra mi pecho. Si algo recuerdo con dolor es ese episodio de mi vida. Sus lágrimas, su voz reclamándome, y la carta hecha cuadraditos en mi pecho. Pero me fui. En el bus me fui hablando solo, entre lágrimas. Discúlpame Miluska, por todo, por no ser el chico que esperabas, por causarte tantos problemas, por no haberte amado lo suficiente. Fue el viaje más doloroso de mi vida. Pero me fui. En mi ausencia seguro llegó la calma.

Yo me convertí en un putañero, un cabrón de mala entraña que se acostaba con la primera chica que le sonreía en las discotecas. El amor no se me fue. Así que solo tenía chicas para levantarme el autoestima. Ella, por su parte tomo la ‘brillante’ decisión de ser la enamorada de mi amigo. Una vez más me fallo, una vez más. Me vale madre, pensé. Ella se lo buscó, que lo conozca por su propia cuenta. A mi me dejó por supuestamente haber besado a una chica y ahora estará con alguien que se acostará con muchas chicas sin que ella lo sepa, pero que lo sepa por su propia cuenta, pensé. Me dejan por infiel y se va con el rey de la infidelidad, ironías de la vida. En el transcurso de mi vida libertina y libidinosa conocí a una chica que intentó devolverme al camino correcto, Esther. De a pocos lo fue logrando. ¿Miluska? Pues siempre sabía como estaba, de una u otra manera lo averiguaba. Es triste reconocerlo pero aun la amaba.

Mis días fuera de Lima, de mis amigos, de mi familia, de mi mundo fueron tristes. Fui político, fui bohemio, putañero y todo. Hasta que llegó el día en que decidí volver. Me tracé metas y regresé con un plan, todo gracias Esther que me alentó y con quien hicimos muchos planes, la boda no era una idea descabellada. Pero las metas estaban y quedan aun cuando Esther ya no está dentro de ellas. Miluska se fue a Brasil. Quiso despedirse de mi. Decliné su propuesta. No podía ir a despediré como si fuéramos buenos amigos. Asumí que si la veía la besaría con esas ganas atrasadas sin importar las consecuencias. No me despedí, ella se fue.

Paso un tiempo y el Facebook nos unió. Ella tomo la iniciativa y se encontró con una persona más libertina. Acepté su solicitud de amistad a medias y digo a medias porque uno no sabe hasta cuando nos duré la amistad. Desde entonces hemos conversado mucho, hemos recordado episodios de nuestros años maravillosos y siempre con una alegría desbordante. Pareciera que nuestro único tema de conversación fuese ese, nuestro pasado. Y cuando hablamos me vuelve a mover el piso, de repente el corazón acelera involuntariamente. Y la amo, y la vuelvo a amar. Pero no sé si a ella o a la princesa que yo cree en mi cabeza. Pero ya no digo nada, los golpes me enseñaron la lección.

Hasta algunas semanas atrás pensaba que esta fue mi mejor historia, la mejor que he podido vivir y que nunca viviré algo como esto. Creí que ella era la única chica a quien pude amar así. Toda nuestra historia la adorné, la guardé como el mejor de mis recuerdos y se lo contaba a todo el mundo. Pero la vida no es color de rosa, una amiga me bajó de las nubes, me bajó a la realidad. Yo le dije: ‘Miluska es mi mejor historia’. Mi amiga dijo: ‘¿y para ella que eres?’ Respondí orgulloso: ‘Ella también dice lo mismo, me lo dijo hace algunos días’. Mi amiga me miró con pena: ‘Estas mal. No puedo creer que seas tan tonto. Escúchame, si de verdad fuese tu mejor historia y para ella también lo es ¿Por qué no están juntos ahora?’. Se me fue la sonrisa del rostro. Tenía razón, nunca lo había visto de esa manera. ‘Si ahora no están juntos es porque uno de los dos miente’. Estaba claro, yo no era el que mentía. Esa tarde al llegar a casa me puse a pensar en todo. Me resigné, Miluska mentía.

Mis sueños se vinieron al suelo. Había vanagloriado en vano. Debía aceptarlo, debía hablar muy seriamente conmigo mismo. Así lo hice. Acepté la realidad con gallardía. Pero no me prometí nada. Si un día la tengo cerca haré lo posible por no lanzarme a sus labios, pero no me prometo mucho, no me esforzaré tanto. Como dije en líneas arriba, nuestra amistad pende de un hilo muy delgado destinado a romperse. Desde hace un tiempo hago lo que quiero, y si se me da por besarla lo haré con el coraje de un suicida, luego cerraré mis ojos, esperaré la cachetada y los insultos. Me  da igual, no me enfrentaré al destino ni a mis instintos suicidas. No pienso ponerme restricciones, no pienso en limitarme la vida cuando estos pueden ser mis últimos días.

Por estos días Miluska tiene enamorado, no quiero conocerlo, no me interesa saber quien es. Me vale madre ver la cara de la persona que tiene lo que yo soñé. Yo, llevo ya quince meses sin una chica (no debo contar a la chica del catorce de febrero último). Entonces ambos estamos en polos opuestos. Cada uno en su esquina del ring. Y así están las cosas, así se vienen dando. Yo extraño a mi princesita, Sheccid. ¿Por dónde estará? Y esta mujer me la recuerda a cada instante. Pues bien, hasta aquí hemos llegado. Miluska, la chica que me dejó por un engaño que no existió, la chica que me abandonó y que no hizo nada por escucharme, al menos escucharme después de todo lo que yo había dado por ella. Dice que me amó. ¿Cuánto? ¿Tan poco como para cerrar nuestra historia de esta manera? ¿Tan poco me amó como para después de enterarse que la engañaron con la falsa noticia me buscase? Es triste, muy triste y doloroso saberlo. La chica del cuento, mi Sheccid, ya no estaba. Quedó Miluska, sin una gota de Sheccid. Porque mi Sheccid me hubiese buscado por todos los medios, me hubiese explicado lo que pasó y por nada del mundo nuestra historia hubiese tenido un punto final. Entonces Sheccid ya no estaba, quien sabe a donde se habrá ido. Mi historia hecha pedazos, mis conclusiones dolorosas. Y hasta aquí hemos llegado, entre tropiezos y más.
Una noche de alcohol un amigo en común me dijo:
-¿Has regresado con Miluska?
-No- sonreí- ¿por qué la pregunta?
- Te han visto andando con ella.
- Pues tu lo has dicho, estábamos caminando.
-Pero tu todavía la quieres- insistió.
-No te voy a responder esto porque estoy con tragos encima- me defendí.
-Llámala, dile que la quieres- me incitó- toma mi celular, llámala.
-Pero yo no te he dicho que la quiero- insistí.
-Yo sé que si-afirmó tajantemente- se nota en tus ojos.
-No jodas huevón. Ahora vengo. Me voy al baño que estoy que me meo- me escapé
Y mientras daba el primer paso. Insistió.
-¿Volverías con ella?

No respondí, sonreí. ‘Concha de tu madre’, le dije. Le mostré mi dedo del medio y en mi mente: ‘Conmigo nunca se sabe. Tengo instinto suicida’

SERGIO PATRICIO.

DEDICATORIA:
A Sheccid, que por algún lugar debe estar.

(Escrito el 10/10/14)

Comentarios