Diana Villa (2013)
Otro cualquiera en mi caso, se hubiera echado a llorar; sonaba esa pequeña parte de La Profecía, de Rafael de León, como susurros de cuando en cuando.
Seguía siendo un destructor de sentimientos. La última decisión, la de cortar con Esther dejó rezagos. Creí que fue la mejor decisión. Ser drástico, ser consecuente con mis ideas. Pero no calculé que con eso lastimaba a alguien que me quería. No pensé siquiera que un corazón quedaba roto, o que incluso el mío también, sí es que aún lo tenía. ¿Qué podía hacer? No lo sabía. ¿Qué hacer cuando sientes un dolor en el pecho? ¿Qué hacer cuando sabes que todas las decisiones que vienes tomando solo dejan muertos y heridos en el camino? ¿Acaso vale la pena todo el desastre por mis desórdenes sentimentales? Entendí que no, que solo lograba sentir afecto por alguien, que me acercaba los instintos libidinosos y eso nos llevaban a más. Pero estaba hiriendo personas, gente que me abrió su corazón, y yo, todo un canalla desordenaba todo y me iba. No más mujeres, me dije. Vamos centrarnos en ser mejor persona, en desarrollarnos en lo académico y laboral, de lleno.
Tomé algunos rumbos, empecé a trabajar y puse fecha de inicio a los estudios. Pagué lo que se tenía que pagar y pronto iniciaría. Y ya con todo el entusiasmo de ser una persona distinta. ¿Y Miluska? Ah, de veras, casi olvidaba esa parte. Después de escuchar su voz, aquella vez al cruzar la calle, la volví a ver en un restaurante de comida china. Ella no me vio. Llegó con su hermana y su cuñado. Yo estaba muchas mesas más lejos, acompañado. Al salir, evité pasar por ese lado del salón, pero fue imposible no cruzar miradas. Ella sonreía, al parecer tenía una conversación muy divertida. Pero al vernos levemente, mientras yo caminaba hacia la puerta, la sonrisa se iba desvaneciendo. Parecía una mente transportándose al pasado. Y eso dolía. Sentir que tu sola imagen desdibujada una sonrisa hermosa. ¿Quién carajos era yo para quitarle la sonrisa a alguien? Entonces tendría que ser más riguroso en evitar cruzarme con ella. Eso me propuse. Pero al día siguiente se me olvidó y caminé por todas las calles sin la preocupación. Al paso de las semanas, ya ni me acordaba. Y tal vez parezca un resentimiento, pero les aseguro que no. Nuevamente unos labios, me desordenaron las ideas.
Eran tardes tranquilas, hasta que un día en una reunión de amigos, me presentaron a Diana. Eran buenos tiempos, salía con amigas, y ocasionalmente surgía algo más. Pero ya lo había contado antes, no tenía la mínima intensión de volver a una relación. Estaba demostrado que para ello era un desastre.
Caería en un patético exceso si dijera que clásico pero ella era distinta. Pero tal vez el ego pudo más. Me alentó su belleza. Tenía la piel clara, los ojos como ventanas a un jardín de flores y una sonrisa que invitaba a desear sus labios. Así que el día que la conocí me propuse besar esos labios. Nos hicimos amigos, nos contamos nuestras historias, los caminos de la vida antes de llegar a este punto en común. Mientras me contaba, solo la escuchaba por ratos. Habían episodios que no me interesaban conocer. Y eso era recíproco. Yo le contaba y su rostro reflejaba lo mismo. Poco interés en varios episodios de mi vida. ¿Podría así surgir algo? Probablemente no.
Quedamos en vernos una tarde. Nos encontramos en un parque y conversábamos de cualquier cosa mientras tomábamos unas cervezas. Ya habíamos pasado la parte en la que se cuentan episodios de la vida, entonces nos contábamos cosas banales y nos reíamos como un par de tontos. Ese episodio de las relaciones en las que cualquier broma tonta se disfruta. Y de pronto hasta sientes un poco de dolor en las mejillas por tenerlas tanto tiempo con una sonrisa. Y así fue pasando la tarde, mientras nos caía la noche. Cada vez era más frecuente mirar sus labios. Imaginarlos junto a los míos. Cuando se percataba, sonreía un poco más, pero no se refería a ello. Eso me seducía más aún. Entonces una voz interior me invitaba a lanzarme, adueñarme de sus labios rosas. Pero no me atrevía. Era un cobarde. Tuve que tener más alcohol dentro de mi para por fin atreverme a lo que deseaba con premeditación. Y entonces, mientras me contaba quien sabe que, la miré a los ojos como advirtiendo lo que venía, sonreí un poco y la besé. Por fin mis labios se adueñaban de los suyos, sentía la textura de la pasión. Mientras la besaba dibujaba en mi mente cada milímetro de sus labios. Los ponía en cuadro y quedaban inmortalizados en el museo de mi memoria que perduran de por vida.
Ese día empezaría la relación amorosa más corta de mi historia. Tres días. Tal vez hubiese durado dos días si hubiésemos quedado en vernos al día siguiente. Pero no fue así. Quedamos en vernos a los dos días. Yo era consciente que por algún motivo que desconocía las relaciones amorosas no me iban bien. Sin embargo, ella fue mi amiga, y la pasaba muy bien a su lado. Pensé que si esto no funcionaba, al menos no quisiera perder su amistad. Conocido es en el mundo que generalmente al terminar las relaciones los involucrados no quieren ni verse, o que los juramentos de amor terminan transformados en una batalla infinita. Y yo no quería eso. Pero fui muy torpe para expresarlo. Nos encontramos y le dije sin más rodeos. ¿Quién en su sano juicio podría tocar ese tema apenas comenzado una relación? ¿Empiezas una relación y lo primero que haces es pensar en qué debe suceder cuando la terminen? Pues así lo hice. Ese día me terminó. Sin mucho que contar. Sin dejar anécdotas. Sin aportar mucho a esta historia que hoy les cuento. En ese momento no lo pensé, pero tal vez este libro podría haberse extendido un poco más.
El amor se había convertido en pequeñas guerras de las que definitivamente salía perdiendo, maltrecho, malherido. Era un soldado torpe que se lanzaba a la guerra despiadada de dos corazones. pronto descubrí que la vida pasaba, que ya casi había consumido la cuarta parte de la esperanza de vida en el Perú. Y así fui saliendo a fiestas con amigos. Siempre fui un noctámbulo, pero esta vez pasaría mis noches confundido entre el humo de la nicotina y el alcohol. Esta nueva etapa de mi vida me enseñó un camino hasta entonces desconocido. Nunca me metí tan a fondo o analicé el mundo desde esta perspectiva. Ese universo que se crea los fines de semana en que la gente se transporta a otros mundos. En esas noches la gente no tiene problemas, los olvida. Que hermosos instantes en los que te olvidas de todo y solo quedan las ganas de divertirse. Y pronto, sin darme cuenta, era más sencillo relacionarse con mujeres. Mi suerte cambio de manera. Y muchas historias se tejieron bajo las nubladas noches de Lima.
Y ella solo fue una estrella fugaz, y me olvidé pedir mi deseo al verla pasar.
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