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DIEZ ROSAS 9, El alcohol no cicatriza heridas

DIEZ ROSAS 9, El alcohol no cicatriza heridas

Esther Casas Ortega (2011)C
Cuandopensaba que ya había tocado fondo, la vida me respondía que aún no. Aún tenía más sorpresas para mi. ¿Lo merecía? ¿Realmente lo merecía?. Era una especie de destructor de vidas sentimentales. Cualquier persona que llegase a mi vida terminaría lastimada. No sé ni cómo, pero el simple hecho de cruzarse en mi camino la destruiría. Una extraña maldición rondaba mi existencia.

Me mudé al interior del país, a la muy noble y generosa ciudad de Huaraz. Tratando de encontrar el camino correcto, el de la paz. Escribía por las noches, mirando las estrellas desde la ventana de la habitación que albergaba mis enredos. Coleccioné algunos poemas e historias que no lograron satisfacerme. Pronto, me encariñé con el vino. Nos reuníamos con algunos amigos a escuchar canciones de Arjona, 2 de ellos tocaban la guitarra y todos los demás acompañábamos con la letra. Antes que termine el día, ya estábamos ebrios, cantando a todo pulmón. A media noche, se iban, me quedaba solo. Era en ese momento en el que las letras saltaban traviesas y presurosas en mis neuronas. Ávidas de salir a la luz, golpeaban incesantemente las ganas de quedar plasmadas en documento. Entonces, entre tambaleos prendía la laptop, abría mis archivos y empezaba a escribir. ¿Pero qué escribía? Intentaba escribir a la naturaleza, poesía a la noche, a las estrellas, pero pronto, terminaba enfocado en la soledad. Físicamente no estaba solo, tenía muchas personas cerca, pero en la ciudad de la presunción, los seres humanos desaparecen de las calles apenas al comenzar la noche, y yo, un animal nocturno, me sentía desolado y extrañaba mi ciudad, mi hogar. Fue entonces que empecé a salir a caminar por las noches. Recibía la medianoche en la Plaza de Armas de Huaraz, fumando un cigarrillo, pensando en nada, o en todo. Pasaban muchos extranjeros por ahí. Eran felices. Descubrí que la gente feliz empezaba a vivir por las madrugadas. Grupos de amigos converzaban, reían alrededor de las bancas de la histórica plaza. 

Una noche, un amigo me llamó a pedir un favor. Leo, estoy en La Choza de Tarzán, con la chica que estoy saliendo, pero está con su amiga. Nosotros queremos irnos, ya sabes. Tú me entiendes. Pero ella no sabe cómo quitarse de encima a su amiga. Tienes que venir a quedarte con ella. Háblale como sueles hacer, la enganchas en tu conversación y cuando se de cuenta ya no estaremos. Hazme ese favor. Ven rápido. Lo pensé un poco. Me daba flojera, pero era mi amigo. Entendía su situación, su desesperación por complacer su apetito sexual. Yo tampoco andaba muy ocupado. Apenas era un bicho raro en medio de la plaza de la gente alegre. Paré un taxi, le pedí que encienda su Mat 5 rumbo a ese antro de nombre ridículo. Al poco rato estaba cual superhéroe al rescate de mi buen amigo. Me presentó a su chica, y la amiga. Leo, te presento a Esther, la amiga de Tatiana. Nos saludamos. Era claro que aquella mujer no estaba interesada en conocer a nadie, ni parecía entusiasmarle la idea que la noche se extienda. 

Mi deber de amigo, me presionó a entablar conversación. No recuerdo que tema toqué, pero obtuve una respuesta cortante. Entendí que no tenía ganas de caer en flirteos de desconocido. Primer intento fallido. Pude resignarme. Pero ahora no solo tenía un compromiso con mi amigo, ahora mi ego también metió presión. Si no le gustan los halagos, entonces haré lo contrario, pensé. ¿Sabes que para estar aquí debes tener DNI azul, verdad?, le dije sin mirarla, con los ojos clavados al frente, como quien suelta una pregunta cualquiera sin tomar importancia a su receptor. Para tu información, ya lo tengo, hace 2 meses cumplí 17, se justificó. Por ley, las bebidas alcohólicas solo deben ser vendidas a personas mayores de 18. Pero tranquila, estás con suerte, yo tengo 19, las compraré y te invito un poco;c siendo arrogante. No necesito que nadie me invite, yo las puedo comprar cuando me de la gana, respondió. Que niña tan atrevida, la agarraré a nalgadas cuando seamos novios, le dije mientras la miré, sonreí un poco, me levanté y me fui a los servicios sin darle oportunidad de responder.

Y así fue el día que nos conocimos. Desde entonces, pasaron varios meses entre acercamientos y peleas antes de que me acepte como su enamorado. Sí, Esther fue mi enamorada. Una corta relación de pocos meses. No pasamos mucho, nos veíamos muy poco. Y de pronto cuando la cosa empezó a mejorar, cuando empezamos a armar planes de futuro, mis neuronas se volvieron a cruzar. Hubo un temblor en mi cabeza. Un día cualquiera decidí volver a Lima. 

No sabía cómo contarle mi decisión. La quería, ya habíamos encontrado el rumbo para una relación armoniosa. Además, en varias oportunidades me comentó su deseo de nunca irse de su ciudad. Yo, en cambio, extrañaba mi vida, mi feo distrito, mi cielo plomo color tristeza, extrañaba Lima, y consciente que en este país si quieres estar menos alejado de la globalización debes estar en la capital. A pocos días de viajar, le conté. Le dije que pronto me gustaría que ella venga conmigo. Por lo pronto, trabajaré y vendré a verte cada fin de mes, sin falta, prometí. 

Así fue. Apenas volví, encontré trabajo. El pago no era mucho, pero había bonos para los que lograban ciertos objetivos planteados por la empresa. Me esforcé mucho en lograrlos para costear mis viajes mensuales. Un porcentaje se iba a los ahorros para lograr traerla conmigo en un futuro no muy lejano. Mi primera visita pasó sin mayores contratiempos. Al parecer ambos nos extrañamos lo suficiente como para aprovechar esos pocos días al máximo. Pero como canta Héctor Lavoe, todo tiene su final, nada dura para siempre. Y fue así, que en los primeros días de julio del 2013, corté mis visitas mensuales, sin mayores dramas, sin más palabras que los actos, adelanté mi viaje de retorno a Lima, dando fin con ello a la promesa. Pero, ¿Qué pasó? Sentí que no se valoró mi esfuerzo, sentí que no valía la pena y que los planes solo eran un sueño. Además, estando en Lima, los demonios del pasado regresaron a mente.

Fue un sábado de julio. Pedí permiso en el trabajo para faltar un lunes, y así viajar un viernes por la noche y pasar 3 días en Huaraz. El sábado, salimos a una discoteca. ¿El plan? Divertirnos. Le dije que invite a sus amigas, porque quería aprovechar la ocasión para también pasar tiempo con unos amigos de la universidad. Así fue. Yo llevé a 2 amigos y ella a su amiga de siempre, Tatiana, y está última a su amiga. Le pedí un trago. Yo, como siempre, preferí la cerveza. Al poco rato, le dije que bailaramos. No aceptó, dijo que esperamos a que haya más gente en la pista de baile. Acepté. Seguimos conversando, algunos jugueteos. Pero sentí que solo los 2 nos divertíamos mientras que las otras dos chicas y mis dos amigos se aburrían. Entonces quise que entraran en confianza. Saqué a bailar a Tatiana. Pedí a mi amigo que saque a la otra chica. No lo hizo. Terminó la canción y al empezar otra saqué a bailar a la amiga de Tatiana. A los pocos segundos entendí que aquella mujer me sonreía de más, y Esther me miraba echando fuego. Entendí que le estaba causando algún raro sentimiento de celos. Te voy a presentar a mi enamorada, le dije mientras llamé a Esther. Se saludaron y yo le di un beso. Sin embargo, ya ardía el infierno. Al volver a mi lugar, le dije a Esther que no había nada, que para que no se preste a malos entendidos la llamé y dejé claro con quien venía. Su molestia no se fue. Intenté entrar en razones. ¿Acaso si yo quisiera fallar te presentaría como mi enamorada?, me defendí. No le importó mis razones. No respondió. Al poco rato. Vio en otra parte de la discoteca un grupo de sus amigos de universidad. Iré a saludar un rato me dijo. Acepté, con la esperanza de que al volver esté más tranquila y así poder conversar. Pasó media hora, y no volvía. Le escribí. Ahora voy, respondió. Paso media hora más y no volvió. Es hora de irnos, le dije a mis amigos. Y nos fuimos. A los pocos minutos recibí su mensaje ¿A dónde fuiste?. No respondí. Minutos después ¿Se puede saber si volverás?. Tampoco respondí. Minutos después ¡Seguro te fuiste con esa perra! y la frase ingreso como la última gota al vaso. No volví a responder. Media hora después, ¿Acaso no piensas responderme? Y yo, continué ignorando sus mensajes. 

A primera hora del domingo, como a las 8 de la mañana hice mi maleta. Llamé a la agencia y pedí que adelanten mi boleto de regreso a Lima. ¿Para cuándo lo desea, señor?. Para ahora mismo, es una urgencia, confesé. Realmente era una urgencia, sí continuaba ahí, corría el riesgo de responder sus mensajes y perdonar la desconfianza. 

Mientras subía al bus, llegó un nuevo mensaje. Al menos dime si estás bien. ¿Podemos vernos para conversar?. No respondí. 

Durante las ocho horas que toma el viaje a Lima, pasaron los recuerdos de esa relación. La canción que le dediqué antes de ser enamorados sonaba en mi cabeza como un contraste a las fotos del recuerdo. Asumí el fin. Seguían llegando sus mensajes. Cada vez con mayor preocupación. A las 2 de la tarde, escribí mi último mensaje de texto. Ya no estoy en Huaraz, eso fue todo. Adiós. Y no volví a responder ninguno de sus incontables mensajes posteriores. Los últimos fueron de justificación y de arrepentimiento. Pero no había marcha atrás. La desconfianza rompió todos los sueños.

Domingo por la tarde llegué a casa. Tomé un baño. Salí a buscar amigos para distraerme. Nunca sospeché que el destino, seguiría jugando con mi vida como una partida de ajedrez. Al llegar a la esquina, girando la mirada antes de cruzar la pista, escuché su voz, no podía confundirme, y como para tener la certeza, fue acompañada de su risa. Entonces, un temblor se apoderó de mí. Se abrió una puerta y salió ella, nos miramos fugazmente. Su sonrisa se desvaneció. Ambos no supimos que hacer. Opté por cruzar la pista, presuroso. ¿Quién es? Le preguntó su acompañante. Nadie, olvídalo, respondió Miluska.

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