"CRÓNICAS DE UN PLAGIO ANUNCIADO"
Yo también sentí
el dolor de ver violada a mis ideas. No una vez, dos sería poco decir, fueron
varias veces. No imaginan cuanto dolió. Ver mis palabras, mi contexto, un
pedazo de mi vida con la firma de otras personas, bajo el nombre de falsos
autores, truchimanes que merecen un escupitajo en el cerebro.
No es que yo sea
el gran escritor, el ilustre alumno de Borges o García Márquez, el futuro Nobel
de literatura, pero al menos soy un diminuto escribidor que colecciona sus
párrafos y versos desde hace diez años aproximadamente. No es que sea una mente
brillante y que vaya escribir el libro que desplace a “El Ingenioso Hidalgo Don
Quijote de la Mancha”, pero escribo con pasión, con la ilusión brillando en mis
ojos al parir cada palabra, con el mismo entusiasmo con el que escribí mi
primera historia años atrás cuando decidí ser un escribidor por el resto de mis
días.
Es por todo
esto, que esa tarde que vi por Facebook unos cuantos poemas míos publicados en
el muro de un amigo se me encendieron los cojones. Leer los saludos, las
felicitaciones, las mofas, los chascarrillos referentes a mis poemas fue un
golpe bajo, un golpe que dolió. Aún duele, aún jode. Tuvimos una conversación
por inbox, y esto fue lo que se conversó:
Cristhian: Patri
puedo copiarme tus publicaciones sin molestarte por fa.
Yo: jajaja no
seas copión pues.
Cristhian: jajaja
es que están chéveres pues, di que sí jejeje.
Yo: mientras
respetes derechos de autor
Cristhian: jajaj
mientras pague los derechos de autor.
Yo: jajaja
Después de esta
conversación, asumí (porque aún creo en la ética de los estudiantes
universitarios, y mi buen amigo es uno de la Facultad de Ingeniería Civil de la
que fui parte hace un par de años) que había quedado muy claro que podía
compartir mis poemas siempre y cuando respete los derechos de autor, es decir,
poner mi nombre, o al menos mis iniciales. Pero la historia no
fue así. Este amigo mío se adueñó de mis poemas, los publicó en su muro como si
el los hubiese escrito, sin poner mi nombre ni mis iniciales y siendo más
cachafaz aún, recibía los comentarios como si el fuese el autor. Lo más
vergonzante y repudiable de la historia es que todo esto sucedía ante mis ojos.
Porque está claro, no nos hagamos zopencos, si por esta red social yo puedo ver
en la sección “Inicio” los últimos acontecimientos me tenía que enterar tarde o
temprano, y yo me enteré temprano, pues los comentarios ante mis poemas
aparecían ante mis ojos. No podía quedarme en silencio, no debía, tenía que
salir con uñas y dientes a defender de esta violación intelectual a mis hijos,
productos de mis noches de insomnio, de mis noches de Luna, mis noches de vino
al compás del jazz. Entonces, comencé a comentar, a calificar a Cristhian. Lo
ataqué sin pena, así como él lo hizo con mis versos.
Cristhian: Oe Checho
no me hagas roche pues, por favor, para la próxima si pongo derechos por fa, te
lo suplico.
Yo: No seas
pendejo pues. Falta de ética, ingeniero.
Cristhian: jaja
estoy haciendo famoso a tus poemas pues.
Yo: Cuando yo
pongo algo que no he escrito, pongo el nombre del que lo hizo debajo, como
tiene que ser.
Cristhian: Si
pues (y puso carita triste).
Yo no respondí
más. Los ataques ya estaban consumados de ambas partes.
Pero no fue la
única vez que fui víctima de un plagio, de una violación a mis producciones
literarias, intelectuales (si algo de intelecto se le puede atribuir a mis
historias diminutas en sustancia a comparación con mi buen amigo Bayly). En
varias oportunidades mis trabajos universitarios han rondado por los pasillos
de la universidad, en versión digital y física. Yo vendí mis trabajos a algunas
personas, pero siempre resaltando que deberían usarlo como un material de
apoyo, mas no para presentarlo tal cual, como si ellos lo hubiesen hecho. El
pago jamás fue para comprar los derechos de autor. Jamás vendería algo así.
Pero estamos en una sociedad (si utilizara la palabra ‘suciedad’ no sería un
error de tipeo, sería mas bien un sinónimo que yo le atribuyo) donde la ética y
la moral han sido pisoteadas por el común de los homínidos sapiens que se asumen
como tal.
Pero el dolor
más grande llegó por un plagio íntegro, apenas se dieron el trabajo de borrar
mi nombre (y el de mis compañeros que fueron parte de ese trabajo, pero que su
diminuto aporte se concentraba en la recolección de datos mas no en la
redacción del informe) y poner los suyos. No eran solo colegas, compañeras de
universidad, eran mis amigas. Anali y Maryori, o Maryori y Anali, el orden no
necesariamente está en orden de responsabilidad, pues es un caso que preferí no
investigar a fondo, ni pedir que se investigue para que reciban el castigo que
les corresponde. No tengo claro si les correspondería una expulsión, con la
Nueva Ley Universitaria del SUNEDU algunas cosas han variado. Y no lo hice
porque una de las implicadas lo asumió, lo confesó, no pudo con la conciencia,
mientras que la otra, solo optó por desaparecer, por huir, por no mirarme a la
cara, por estar no habida, por no dar señales de vida de ningún tipo. Cobardía podría
decir. Ningún país merece ¿profesionales? de este tipo. Pero la confesión por
parte de Anali convirtió mis balas en humillo. Pude haber disparado a
quemarropa en su momento, pero guardé las armas, me mantuve tranquilo a la
espera de las disculpas de Maryori, esas disculpas que jamás llegaron.
Sin embargo, no
es que yo no haya sabido de este plagio. Por algo he titulado estas líneas como
“Crónicas de un plagio anunciado”. La noche previo al delito (porque la palabra
correcta que le atribuyo a este robo intelectual es esa, y por ende mis amigas
han sido delincuentes, una confesando y asumiendo valientemente las
consecuencias, y la otra huyendo cual Fujimori) Maryori me escribió pidiéndome
mi trabajo, yo le dije el precio y se rió, se mofó, pensó que estaba bromeando.
Y en un intento de seducción preguntó ¿A
mí me lo vas a vender? Yo he vendido mis trabajos hasta a mis amigos más
cercanos, no veía porque razón debería hacer una excepción con ella. Respondí: Sí, te lo voy a vender. Le di el precio
y no lo aceptó. Sin embargo, el trabajo ya se lo había dado unos meses atrás.
Aprovechó ese detalle para no escribirme más, y al día siguiente, mientras yo
dormía sospechando que de todas maneras presentaría mi trabajo, lo hizo. Borró
mi nombre de la carátula y puso su nombre y el de Anali. Por la mañana, Anali,
con el trabajo impreso en mano leyó la introducción y encontró una parte que la
asoció conmigo. Es decir, Anali sabía que el trabajo lo estaban plagiando, pero
no sabía hasta ese entonces que era mío.
El párrafo que
la llevó a intuir que yo era el autor de ese trabajo fue este, que se encuentra
en el marco teórico del informe:
[…]No hay vuelta atrás, en las calles vemos
hombres pegados a un celular a tal punto que no es una exageración decir que si
Luis de Góngora y Argote, famoso poeta satírico, hubiese vivido en estos
tiempos su poema que comienza con “Erase una vez un hombre pegado a una nariz
[…]” hubiese sido “Érase una vez un hombre pegado a un celular” […]
(Patricio, S.
(2014). Análisis estadístico del uso excesivo de celulares por los alumnos de
ingeniería industrial de la Universidad Privada del Norte, sede Lima Norte, en
el ciclo 2014-1.Perú.)
Su argumento fue que a la única persona a la que
relaciona con la literatura, y que podría utilizar esos recursos en una
introducción, es a mí. Me sentí halagado por sus palabras, tal vez por eso mi
reacción no fue la que en un contexto normal se hubiese desatado. Pero no voy a
disparar más, no por ahora. Voy a guardar las balas y voy a quedar a la
expectativa de algún truchimán que se atreva a plagiar mis trabajos, mis
textos, mis hijos para dispararlo a quemarropa, para destruir su carrera en
honor a la ética y en favor de mi país.
Yo también fui víctima de los que optan por lo
fácil, yo también he sentido el dolor de ver otros nombres en algo que yo
produje con pasión. Por ello, desde este rincón escondido, donde mis letras se
apolillan exentos de lectura, mi total solidaridad con el señor Otoniel
Alvarado, víctima del señor Acuña, truchimán de pacotilla.
SERGIO PATRICIO.
(11/03/16)
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