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DIEZ ROSAS 8, Bajándome de las nubes

DIEZ ROSAS 8, Bajándome de las nubes

Elvira Márquez Del Solar (2010)

Había perdido la brújula. No sabía de donde venía ni a donde iba. Llevaba la mirada en cualquier lugar. Era casi un autista. No sé si alguien se daba cuenta, pero algo en mí había muerto. No recordaba quien era ni para que hacía lo que venía haciendo. Todo era una rutina que lo aceptaba sumisamente. Respirar era parte de la rutina, no era una necesidad primordial, era una costumbre que pasaba inadvertida.

Una tarde de resaca literaria decidí ponerle fecha a mi deceso. Vallejo casi le atina, pensé, porque yo no le puedo atinar, me refuté. Agosto será, me dije. Tiene que ser una tarde fría, cuando todos se escondan en sus casas. Una pistola, necesito una puta pistola. Se lo pediré a Canebo. No pienso morir agonizando por una enfermedad, quiero morir el día que se me de la puta gana, pensé. Y ese día será una tarde fría de agosto. 


Por esos días mi mal del corazón daba sus primeros hincones. El dolor no era tanto como por estos días, aun podía respirar bien, pero ya me jodía sentir esos malestares. Me imaginaba en la cama de un hospital asqueroso, siendo operado por un viejo doctor renegón, imaginaba que me abrían la panza como a un pollo. No señor, eso de ninguna manera, no permitiré ser humillado. Quiero morir cuando se me de la gana, el día que yo lo decida y tomándome una Coca colita. Y que nadie me venga con payasadas de cuidar la salud, que yo prefiero morir feliz que vivir mil años restringiéndome los placeres de la vida.

Y  así de desordenada, desorbitada, estaba mi vida. Todo indicaba que terminaría mal y yo me negaba a aceptarlo. El amor seguía siendo lo mismo, esa cosa apestosa que me jodía la vida y que no lo podía sacar. Tenía ganas de encontrar al cabrón de Cupido y partirle las pelotas. Ya el mundo estaba de patas arriba. Pero el destino se recordó de mi existencia. Los dioses griegos, egipcios, hebreos, todos los dioses habidos y por haber conspiraron a mi favor. Una luz al final del túnel: Elvira. 

Era una chica de piel trigueña que conocí en la academia Cesar Vallejo (perteneciente a ICH), y cuando digo que la conocí me refiero a que me llamo la atención su belleza. Pero por ese tiempo yo salía con Mavely, y nunca hablamos, ella no sabía de mi existencia. Un año después, coincidimos en el CEPRE-UNI, y no solo eso, el destino aun me guardaba mas sorpresa. Por motivos familiares mis padres se separaron y tuve que ir a vivir a casa de mi tía en Los Olivos, muy cerca de la casa de Elvira.
Todos los días, seis de la mañana en el paradero, subíamos al mismo carro. La miraba, solo la miraba y no le decía nada. Ella se daba cuenta, y se incomodaba. A mi no me importaba, la seguía mirando. No sabia como iniciarle la conversación. En realidad nunca sé como hacerlo. Hasta entonces nunca tuve que tomar la iniciativa con una chica, siempre estuve con la chica que quería estar conmigo y ya, todo mas fácil. Pasaron semanas, y no le hablaba. Nunca le hablaré, me resigné. Pero una mañana, al bajar del microbús se le cayó su carné del CEPRE-UNI. Miré el carné con los ojos brillosos, como si fuera el premio mayor de la Tinka. ¡Joder! Esta es la oportunidad que estaba esperando. Corrí a recogerlo, lo levante y leí sus apellidos. Levanté la mirada para ir por ella y entregárselo, pero no estaba. No puede ser, como desapareció tan rápido. La alcanzaré, no puede estar tan lejos. Aceleré el paso y doble la esquina. No lo pude creer, estaba corriendo, ya me había sacado bastante ventaja. Corrí. Cuando la alcancé ya estábamos en la puerta. Llegamos tarde, no nos dejaron entrar. Éramos alrededor de quince alumnos tardones pidiendo por favor que nos perdonen la tardanza. Ella le hablaba al portero. De pronto empieza a buscar algo en su cartera. La miro, veo su rostro desesperado. Sigue buscando, asumo que busca su carné. Algunos se sientan en la vereda, con la esperanza de que los encargados se apiaden de nosotros. Unos pocos prefieren irse a sus casas. Ella está en el grupo de los que se sientan. Saca sus cuadernos, su libro, saca y sacude todo. No me queda duda, está buscando lo que yo tengo. Tomo valor y me dirijo a ella. Me tiemblan las piernas, soy un rosquete.
Que le digo. No sé que le voy a decir. Ya estoy más cerca y no se me ocurre nada. Hola, soy Leonel y tengo algo tuyo. No, no, no seas tan tarado, no puedes hablar así, me reprocho. Hola bonita, tengo lo que andas buscando. No cabrón, así menos. Te ganarás una bofetada por mandado. Y mientras ando en estas vacilaciones me doy cuenta que la tengo en frente.
Ese es mi carné, me dice. La miro asustado, no me esperaba esto. Mientras me acercaba a ella, distraído, planeando mi presentación, ella había reconocido su carné. ¿Por qué lo tienes?, pregunta. Tengo todo el cuerpo congelado, y mientras vuelvo a la realidad mi rostro toma color. Quiero que me trague la tierra. Lo que pasa es que-paso saliva-se te cayó al bajar del carro. Jóvenes, pueden pasar, por esta vez, solo por esta vez, grita el portero. Todos apresuran el paso, otros corren. Ella corre y me quedo parado, recuperando el aliento. ¡Oiga! ¿Usted no piensa pasar?, me pregunta el portero de bigote policial. No respondo, estoy en shock. Camino lento y me dirijo a mi aula, tercer piso, pabellón C.
 Una y quince de la tarde de un día de octubre. Caminaba hacía el paradero de regreso a casa. Una mano me sujeta el hombro. Vuelvo la mirada. Era ella, Elvira. Disculpa por lo de la mañana, estaba tan nerviosa porque pensé que había perdido el carné que se me olvidó darte las gracias, se excusa. Pero ya sabes, para sacar otro carné es todo un trámite y encima hubiese pagado cincuenta soles, añade. La miro, nunca la tuve tan cerca como ahora. Que fluido que habla, se nota que es una chica con un buen bagaje cultural. Sigue hablando, no sé que carajos me habla, yo solo quiero decirle que me gusta y comérmela a besos. Decirle que me gusta desde hace un año, que yo también estudié en Vallejo y que ahí la conocí (aunque ella no se haya percatado de mi existencia).Tu vives por Covida ¿verdad?, me pregunta. Asiento con la cabeza. Siempre te veo. ¿Pero tu no hablas? ¿O te ha comido la lengua el ratón?.
Yo no hablaba mucho, me gustaba escucharla. Una tarde salimos a comer a un restaurante que ella escogió. Me contaba sus cosas, como era de niña, la vez en que trabajó por primera vez en un show infantil, de sus amigas de colegio, de los chicos que le gustaron en la secundaria. Y mientras ella narraba su vida yo solo quería darle un beso. Miraba sus labios de vez en cuando. Ella se daba cuenta, no me decía nada. De pronto, cuando miré sus labios una vez más y elevé la mirada, ella también me estaba mirando los labios. Quise pedir disculpas, pero sentí que se acercaba a mi. Es el momento, pensé. Agradecí, una vez, al destino por poner en mi camino una chica que tome la iniciativa. Si existen chicas para hombres tímidos, miedosos después del golpe, pensé. La besé, como no lo hacía hace mucho tiempo, con deseo. Me mira, no sé que decir. Con cierto tartamudeo logro balbucear, ¿quieres ser mi novia? No seas tonto, porque crees que te besé, me pregunta. La beso, no hay nada que hablar, no debo perder tiempo en tonterías cuando puedo aprovechar para ser feliz en sus labios. Por un instante olvido todo mi pasado. De pronto, ya no tengo miedo a nada.



Fue así como el destino me invitó a sonreír nuevamente, a olvidar los malos momentos y recordar a donde iba. Ella me recordó que quería ser ingeniero, desde entonces me impulsaba a estudiar. Ella ordenaba mi vida. Debo ser agradecido y afirmar que le dio paz a mi vida. Me regaló tardes inolvidables. Era una mujer distinta, rara y muy responsable con su trabajo. Era todo lo que yo no era, era lo que admiraba. Siempre sonreía. Una vez lloró, solo una vez y yo me puse a llorar con ella. No recuerdo que me dijo, pero lloramos juntos, nuestras lágrimas se juntaban en mis mejillas. Todo estaba bien, todo viento en popa. Entonces ¿por qué termino?

En alguna conversación nocturna, cuando ella terminó de contarme sus historias de colegio me preguntó: ¿Con cuántas chicas has estado? Fue ahí cuando le conté todo, de inicio a fin. Como siempre contando todo, mi vocación de escritor, de narrador me lleva a ser indiscreto. Le conté todo, pero creo que me tomé más tiempo en mi historia con Miluska y a ella no le pasó inadvertido. Recordó para siempre ese momento. ¿Y por qué menciono esto? Pues un día cualquiera encontró mi cuaderno de poemas en mi mochila, lo sacó mientras yo fui al baño del café en el que estábamos. Cuando salí la encontré fastidiada, llorosa. La cagué, pensé. Discúlpame, dije. No te disculpes, me respondió quebrada. Solo escribo lo que se me viene por las noches, me defendí. No te preocupes, entiendo, respondió. La mire, sintiendo culpa de su tristeza. Soy un cabrón de mala entraña, me dije, como pude haber hecho esto. No seas tonto, me dijo, anda a buscarla, no te rindas. Todo lo que he leído es tan lindo que no serias capaz de escribírselo a alguien que no amas, me incentivó. Búscala y enséñale lo que le has escrito, no creo que exista una mujer que diga no a todos estos poemas, me animó. Pero yo te quiero, me defendí. Pero tu lugar no está aquí, tu lugar está al lado de ella, respondió. No quiero dejarte, dije mientras una pequeña lágrima asomaba mis ojos. La que te deja soy yo, porque de ninguna manera seré una piedra en tu zapato, mereces ser feliz, ya has sufrido demasiado poeta, dijo y me abrazó fuerte. Eres una de las personas más lindas que he conocido, un caballero de los que están en peligro de extinción, un romántico de novela y todo eso merece un premio: sé feliz. Vámonos, dijo. 

Nos fuimos, caminamos en silencio. Estaba seguro de que no iría a buscar a Miluska de ninguna manera. Mi orgullo estaba por los suelos y no pensaba pisotearlo más. Ella prefería escuchar a su amiga que a la persona que dijo amar. Ella dejó de amarme, no merece ni una línea de lo que escribo, pensé.

Llegamos a la puerta de su casa. Me dio un beso en la mejilla y se fue. Elvira, llamé. Volvió la mirada. Te quiero, dije, gracias por ordenar mi vida. Me miró con ternura y sonrió.  No dijo más. Cerró la puerta de su casa. Desde esa tarde no volvimos a conversar. La buscaba y siempre me decían que no estaba, ya no la encontraba en el paradero. Creo que salía más temprano y cuando la buscaba en el CEPRE-UNI decía que hablaríamos luego, que ahora estaba con sus amigas. La fui perdiendo. Había perdido a mi chica inteligente. Soy un canalla, un cabrón de mala entraña que merece pagar sus actos. Sin embargo, me niego a pagarlos, no señor. Aun creo que puedo ser persona, que puedo volver al camino del bien y amar con locura, como lo sé hacer. Y en estos momentos en que plasmo estas líneas el corazón late y una pequeña luz de esperanza me alumbra al final del túnel. Lanzo la moneda, a cara o sello. Que sea lo que el destino me mande. En estos días habrá novedades.   

SERGIO PATRICIO.

DEDICATORIA:
A la chica inteligente que ordenó mi vida.
Gracias por todo y tanto.

Escrito el: 13-03-15

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