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EL GALÁN DE LAS TIAS ARRECHAS

Entre mierdas, carajeadas y puteadas no sé cómo explicar mi mala suerte. Roberta, o, ‘Beta, la de las ricas tetas’, como a escondidas la llaman sus amigos (cariñosos amigos, por cierto), es una señora de unos cuarenta y alguito más de edad. Yo solo la llamo señora Roberta, con mucho respeto. Siempre para arrecha la Beta, me dijo mi vecino, el italiano Thomas Donadel, su más afiebrado pretendiente.

La señora Roberta usa pantalones ajustados, muy a la moda, minifaldas súper cortas que demuestran que por aquellas piernas voluminosas no pasaron los años, politos de escotes bárbaros que llaman a la imaginación, y que, por supuesto dieron origen a su apelativo ‘Beta, la de las ricas tetas’. Además, se pone mucho, muchísimo maquillaje. En mi opinión, eh, bueno, es buena gente. Ayuda económicamente a un albergue con una muy buena cantidad. No sé de dónde coño saca tanto dinero. No creo que las ganancias de su lencería sean millonarias. Las señoras del barrio, muy arrechas también, por el puro coraje que les da saber que todos la prefieren a ella, dicen que la señora Roberta se gana todo ese dinero en las noches, y aseguran haberla visto. Yo no les creo. Yo le creo a la señora Roberta. Ella me dijo que su padre tenía tierras, que antes de su muerte los vendió toditos, y el dinero, absolutamente todo, se lo dejó a ella, su única hija. Yo le creo, lo vi en sus ojos. Pero a pesar de todos los rumores que se inventan las señoras cotorras, que solo sirven para chismear asuntos que no les incumben, ella vive feliz. No recuerdo haberla visto, ni siquiera una sola vez, molesta. Yo nací para ser feliz, y reír, reír, y reír, me decía frecuentemente mientras soltaba una risotada contagiante.

Tiene una vida casi perfecta, tanto que hasta ahora no entiendo porque mierda sigue soltera. Su único problema es no tener marido. Su problema es no tener un mismo pene todas las noches. Su único gran problema es ser una arrecha de la gran puta. Se pasa la vida ‘tirando barro’ a las invitaciones que le hace Tito, el señor de los abarrotes, Pepe, el triciclero condenado a sudar toda su vida y oler a perro muerto, Teófilo, el exitoso panadero, Rud, el holandés que vive prófugo de la justicia de su país, el señor Donadel, el italiano (que por cierto es el que tiene más posibilidades de conquistarla), y así, centenares de pretendientes de la señora Roberta, que sospecho, está condenada a estar arrecha toda su vida.

A mí, la tía arrecha, me cae muy bien. Bueno, a veces. O pensándolo bien, casi nunca. Me cae bien, pero no cuando está con sus amigas. ¡Y siempre está con sus amigas, joder! Son socias de una lencería a la que siempre voy a comprar. Siempre que llego, la señora Roberta me hace acordar que cada vez falta menos para cumplir dieciocho años. Ella se pasa la vida así desde que tenía quince años. Se lo dice a sus amigas, también muy arrechas, y en voz alta, con la intención de que la escuche. En efecto, la escucho y muy claro. Si no le abro las piernas ahora es porque antes de los dieciocho es delito, susurra, mientras que su club de tías arrechas lo festejan muy coquetas y arrechísimas. Cada vez que compro un bóxer, ella le da un besito en la parte delantera, y después de entregármelo en una bolsita muy elegante, ese pene va a ser mío, mi galán. me dice muy arrechísima mientras me manda un besito volado, que prefiero que siga volando y no llegue nunca a mí.

Una vez me acompañó Luis, mi amigo de toda la vida, y escuchó todas las jodas que me hacían las tías arrechas, que al parecer, para mi mala suerte, estaban más arrechas que de costumbre. Desde aquel día quede condenado a que me llamen ‘El galán de las tías arrechas’. ¡Qué día de la gran puta, joder! Maldije, con todo mi rencor de loco empedernido, a la señora Roberta y su club de tías putas y arrechas. Ojalá no vuelvan a ver nunca una pinga, por la puta que las parió.

Dos días antes de cumplir dieciocho, por el temor oceánico a que el día de mi cumpleaños la señora Roberta me obligué a hacerle el amor, decidí irme de viaje. Me fui. Pasé mi cumpleaños en Huaraz. Luego de una semana, volví. Regresé rápido porque fui invitado a la inauguración del Estadio Municipal de mi barrio. ¡Mierda! No tengo medias de futbol, me dije. Es que mi mala suerte es así. Un poco temerario, pero con miedo a que la tía arrecha, en un momento de su arrechura, me viole, fui a comprar mis medias. ¡Sorpresa! La señora Roberta, ni ninguna integrante de su club de las tías arrechas, se encontraban. ¡Bien, carajo! Hoy rezo un padrenuestro, y si dios no existe, me chupa un huevo, celebro en voz baja. Bueno, al parecer tendrán que ser dos padrenuestros, pienso al ver una chica muy hermosa atendiendo. Le pedí un par de medias de futbol, y mientras los busca, la miro deteniendo la mirada en su hermosísimo rostro. Se da cuenta. Se sonroja. Intenta entregarme las medias, pero se le cae. Yo lo recojo, fingiendo ser todo un caballero. Me pide disculpas por soltar las medias, y luego me da las gracias por recogerlas. Le pago. Disfruto al rozar su mano. Me da el vuelto y vuelvo a tocarle la mano, pero esta vez mirándole fijamente a los ojos. Se sonroja, se agacha y no me dice nada. Pienso, tendré que venir más seguido. Volteo, y cuando doy el primer paso, ¡Amigo!, grita. Regreso la mirada, y con mi alegría escondida, le digo con mis ojos, dime preciosa, pídeme el favor que quieras, yo te lo cumpliré enseguida ricura, y ella, ¿Tú eres el galán de las tías arrechas? Quedé atónito, avergonzado de que me conozcan con ese apelativo. Aún con color tomate en la cara y un poco más que serio, ¿perdón?, respondo. Y ella, al notar mi molestia. Disculpa. Soy prima de Luis. Eres amigo de Luis ¿no? Él me dijo que todos te decían así. Y yo, pues sí soy amigo del mongolazo de Luis, pero no el galán ni de las tías arrechas ni de ninguna otra tía. Así conocí a Lucy, la prima de Luis. Él quiso hacerme quedar mal parado al contarle a su prima, pero solo logró que seamos amigos. En menos de una semana, Lucy aceptó ser mi enamorada.

Lucy tenía catorce años y era muy liberal, como toda adolescente. Aunque a veces creí que era mucho más que otras niñas de su edad. Ella estaba dispuesta a apoyarme en un malévolo plan para que la señora Roberta se olvide de mí. Un plan que ella misma lo crearía en su cerebro alocado. Yo no conocí el plan hasta el día en que me dijo que ya estaba listo y que teníamos que hacerlo ya. Era un cuatro de enero del 2009, más o menos a las nueve de la noche. Lucy cierra la tienda y saca la cuenta muy rápido, porque el regreso de la señora Roberta está pactado para el día siguiente. Entonces comienza el plan de Lucy, la niña liberal. Cogió dos telas blancas muy largas, que servían para proteger las prendas blancas del polvo, y las tiende en el piso. Luego me mira y me dice, mi plan es perfecto mi amor, anda, hazlo por mí. Se desnuda, y quedo asombrado ante tal atrevimiento. No lo imaginé jamás, pero Lucy era espectacular, tenía buenas curvas. Se acerca y no sé si deba, pero mi socio se levanta entre mis piernas, a él no le puedo negar nunca, le entusiasma la idea y en poco tiempo ya está en posición de ataque. Me besa, se adueña de mí, y me desnuda. Me dejo llevar por su aventura, y la amo como no lo había hecho antes. Me jala, y nos tiramos sobre la tela blanca que ella tendió en el piso. Lucy era virgen. Lo sospeché, por su edad, pero a ella no le importaba nada, me amaba con locura y para ella todo tenía perdón si lo hacía por mí. Lástima Lucy, yo no te amaba, eras una muy buena amiga, muy buenísima y lo confundimos. Mil disculpas por eso. Ella sabía todo, era muy lista, sabía que por ser virgen iba a sangrar, y ese era su plan, que la señora Roberta sepa que Lucy y yo hicimos el amor en su lencería sin el menor respeto a sus deseos por mí. Esa noche Lucy perdió su virginidad. Esa noche, con la ayuda de esta niña liberal, puse punto final al acoso de la señora Roberta. Después de hacer el amor Lucy me pidió que escriba su carta de renuncia, que ya no quería trabajar más en un lugar donde su jefa deseaba sexualmente a su enamorado, y lo dijo muy furiosa. Me sentí muy amado, estaba celosa, me amaba. Yo sentía mucho cariño por ella, nada más. Yo, aun desnudo, empecé a escribir su carta de renuncia:

 
Que tal señora Roberta, cuanto tiempo de felicidad sin verla. Soy Leo, su galán, como usted me llama, y le escribo en representación de Lucy, mi enamorada, para decirle que ella ya no quiere trabajar más en su lencería, para dedicarme más tiempo. ¡Ah!, casi lo olvido, ya cumplí 18 años, y como ya no voy a venir nunca más, pensé que si no tiene, y nunca lo tendrá, quizás pueda resignarse con algunas gotas de mi semen, que con mucha suerte encontrara fresca, que están ahí, en su sábana blanca, mezclada con un poco de sangrecita de Lucy. Pero no vaya a pensar que soy un abusivo ¡no! Ahí le dejo ocho soles para que lo lleve a la lavandería. Bueno señora Roberta, me despido de usted para siempre dejándole muestra de mi semen…

ATTE
“El galán de las tías arrechas”


-SERGIO PATRICIO.

(20/02/10)






Comentarios

  1. xD! Excelente la carta de renuncia. La tia arrecha quizá encuadró esa sábana como recordatorio a su "galán de las tias arrechas". xD!

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  2. oye tremendos son no pero ami si me encanto... pobre al tia beteta..se quedo con sus instintos pasionales...jajajaj

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